Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de Revista Mercurio

El regreso de lo analógico

Nos causa perplejidad saber que la sarna, cuyo nombre también nos resulta un punto antediluviano y bárbaro, ha vuelto como secuela de la crisis económica y del confinamiento

El regreso de lo analógico El regreso de lo analógico

El regreso de lo analógico / rosell

Por momentos parece que el mundo de ahí fuera ha ido recobrando las viejas texturas. Al menos las noticias que de un tiempo a esta parte se suceden nos avisan de que se prodiga ahora como una vuelta a la moldura de antes, cuando la convivencia, el entorno y el propio decurso de la vida se debían a otras hechuras analógicas.

Lejos del término calenturiento de ciberguerra, la invasión de Ucrania nos ha devuelto al modelo de guerra canónica, a la vieja usanza, con su cañonería, su violencia y su destrucción masiva, como era costumbre en el siglo XX (pensemos, no más, en los siniestros cuadros de las dos guerras mundiales o en la devastación de Grozni en Chechenia, ya en los noventa, por parte, precisamente, del mismo ogro del Kremlin que ahora apisona la vieja Rus de Kiev). Claro que existe en Ucrania la batalla inteligente, la que se libra a base de drones, redes sociales y espionaje cibernético. Pero el triturado diorama de Mariupol o los cadáveres que dejaron horriblemente exánimes los rusos en poblaciones cercanas a Kiev, nos han llevado de nuevo a la estética mental que teníamos asociada a toda gran guerra vista a través de documentales históricos.

Incluso se hizo viral la master class que, a propósito de la primera guerra en el Donbás (2014), impartió el catedrático de Relaciones Internacionales Florentino Portero en la Universidad Francisco de Vitoria. En su plática sólo se valió de su aguda capacidad de síntesis para explicar los hilos socioculturales entre rusos y ucranianos de siglo en siglo y sólo se ayudó, cara a sus escuchantes, de unos pocos mapas y gráficos expuestos a través del más austero powerpoint. Que se hiciese viral su ponencia a palo seco supuso como un triunfo de la enseñanza en clave regresiva.

Entre otras cosas, la vuelta a las formas analógicas la hemos percibido también a través de las postales en sepia que nos trajo la reciente calima sahariana. Los paisajes urbanos tomaron un aspecto insólito, como si todo pareciera salido de un calotipo del XIX a lo Luis Masson o bien de una fantasía marciana. Pero, más allá de lo inaudito del color, la suciedad que nos dejó la calima fue como si cierta forma antigua de la naturaleza hubiera reclamado su vestigio y lo hubiese plasmado, bien que pictóricamente, para incomodidad de nuestro asombro, más allá de que el fenómeno pueda atribuirse al cambio climático y a su panoplia de desajustes naturales.

Pese a las últimas lluvias de primavera, España sigue teniendo la lengua seca por la sequía, que es otra noticia que guarda su prosodia analógica y que asociamos a las severas medidas del mundo de ayer, cuando los ayuntamientos cortaban el suministro de agua en los hogares. La pandemia por Covid nos hizo ver la fragilidad de la ciberestética y del falso mundo digital, libre de errores, en el que nos creíamos protegidos, a salvo de los esputos de los tiempos considerados como impropios y casi medievales. La propia palabra, pandemia, nos pareció al principio inadecuada y fuera de onda respecto a nuestras vidas artificiales, supuestamente incontaminadas por el avance de la tecnociencia. Ahora nos dicen que la gripe, el virus de toda la vida, está repuntando como en sus peores años a medida que, supuestamente, decrece la incidencia del coronavirus. Incluso nos causa perplejidad saber que la sarna, cuyo nombre también nos resulta un punto antediluviano y bárbaro, ha vuelto como secuela de la crisis económica y del confinamiento. Se creía que la sarna estaba casi erradicada, pero los casos se han disparado produciéndonos, siquiera en el subconsciente, un picor y una rojez en la autoestima como supuestos sujetos del primer mundo.

La pasada huelga del transporte provocó otra estampa que creíamos impropia del estatus de sobreabundancia en el que vivimos: el desabastecimiento en los supermercados, con sus estantes tristes y semivacíos, nos convirtió en usuarios de un economato para pobres y desposeídos. Hemos leído en algún que otro reportaje que, al parecer, no deja de crecer también el interés por la información meteorológica, lo que nos retrotrae, en el fondo, al miedo analógico del hombre a los humores de la naturaleza, aunque hoy por hoy miremos más a las apps especializadas que al propio paño del cielo desde ventanas y balcones.

De igual modo, para terminar, nos representará en Eurovisión, esa Jerusalén musical, el contoneo sensual pero pasado de moda a la vez de Chanel, muy vituperada por sexismo hasta por el llamado Observatorio de Igualdad de RTVE. En el videoclip de la canción SloMo la vemos contonearse, humedecida bajo la lluvia, que es como otra coreografía, también analógica, del paso del tiempo.

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