La tribuna
Cincuenta años después
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A menudo tendemos a menospreciar a Pedro Sánchez de manera excesiva, centrando las críticas en su persona a aspectos que más tienen que ver con las deficiencias de la democracia española, de la que ningún partido y muy escasos políticos salen bien parados.
Olvidamos pronto que el mismo Partido Popular pagó el abogado a Barcenas, mientras no se salió del carril de sus intereses partidistas, hasta que decidió tirar por otros derroteros, siendo éste sólo uno de los múltiples ejemplos en el debe del PP, por no hablar de su gestión, por ejemplo, en el ámbito de la comunicación, tras los atentados del 11-M.
En el debe de Pedro Sánchez hay, ciertamente, múltiples ejemplos de mala praxis democrática, como mantener al ministro del Interior pese a haber mentido de forma flagrante y tumbada la destitución de Pérez de los Cobos, nada menos que por el Tribunal Supremo.
Es sólo un ejemplo de los innumerables acontecimientos y forma de actuar de nuestros gobernantes políticos, que operan en el escenario y entorno de una democracia, la española, notablemente deficiente, respecto a otras democracias más genuinas y asentadas de países de nuestro entorno.
Es una evidencia que no les falta razón a quienes critican a nuestro presidente del Gobierno desde perspectivas emocionales por su forma de ser y en consecuencia, de actuar en su modo de hacer política, orientada a un ego excesivo y en este sentido, irritante y patético, si me lo permiten, pero no todo lo realizado por nuestro presidente en materia política debe ser denostado. Ha habido aciertos, como la subida del salario mínimo interporofesional, la excepción ibérica en materia de energía o la capacidad de pactar y lidiar con los partidos independentistas, sin que el país se haya roto de manera definitiva.
Otro aspecto a destacar es su Manual de resistencia. Ser capaz de salir con un utilitario de la sede de Ferraz y con la cerradura de su despacho cambiada para llegar adonde ha llegado tiene su mérito, independientemente que nos guste más o menos su forma de hacer política.
Como estratega, su calidad está fuera de toda duda, aunque todo hay que decirlo, le ha ayudado la torpeza estratégica y de comunicación del PP, que es simplemente antológica.
Tras la debacle en las municipales y autonómicas del pasado mayo, la decisión de adelantar las elecciones al 23 de julio de Pedro Sánchez fue magistral, porque desactivaba la onda expansiva hasta diciembre de la victoria del PP, y un factor muy importante, que ha sido poco comentado, es que la audacia de jugárselo todo a doble o nada en el peor momento (su derrota electoral) le situaba en una posición emocionalmente positiva de cara a su electorado, movilizado para votar en plena canícula estival.
El resultado es el que han reflejado las urnas tras el 23-J, de manera que Pedro Sánchez volverá probablemente a ganar porque se le da de cara el relato, lo cual es decisivo en política.
En este momento, la legislatura depende del partido de Puigdemont y la pregunta clave es si Junts per Catalunya decidirá ir a repetición de elecciones o investir a Pedro Sánchez y su bloque de izquierda nacionalista.
El problema lo tiene Puigdemont y su partido, que deberá elegir entre una decisión estratégica que le afectará en su futuro: o bloquea y el país va a repetición electoral, manteniendo sus peticiones de amnistía y referéndum por la independencia, o renuncia a sus pretensiones, invistiendo a Sánchez, por la sencilla razón de que el PSOE no puede dinamitar la Constitución de forma tan flagrante como asumir las pretensiones de Junts per Catalunya. Muchos creen que sí, pero la realidad es que no.
Así las cosas, el relato a Sánchez se le presenta con viento a favor, pues una repetición electoral implicará que Sánchez se presente a la nueva cita electoral con el argumento de un demócrata que no ha cedido al chantaje nacionalista y eso le dará, no lo duden, el resultado suficiente para eliminar a Junts de la ecuación para su investidura y reeditar el pacto con nacionalistas vascos y catalanes (PNV, Bildu y Esquerra), toda vez que el PP está atrapado mortalmente por Vox, pues si algo ha quedado claro, es que el electorado penaliza mucho más la alianza PP-Vox que la alianza PSOE-nacionalistas, con la realidad incontestable de que el país no se ha roto, como algunos agoreros de la derecha pronosticaban tras aliarse con nacionalistas catalanes y vascos.
La debacle del bloque Sanchista vendrá por la economía, si la deuda pública se dispara y el país sufre las consecuencias de una debacle sistémica poco probable a corto plazo. De no ser así, tenemos investidura de Sánchez para rato y reedición del pacto con la izquierda y los nacionalistas.
El problema lo tienen Junts y Esquerra. De su capacidad de análisis pragmático o radical dependerá su capacidad de influencia en clave nacional.
Lo saben y decidirán lo pragmático, porque hoy por hoy, le dan más valor a la continuidad que al riesgo de la irrelevancia.
Al tiempo...
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