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La terrible y mortífera DANA que hemos padecido le restó protagonismo, pero el caso Errejón ha ocupado portadas, informativos, tertulias y debates en las barras de los bares. Y lo seguirá haciendo. Desde que estalló, se ha convertido en una noticia de primera magnitud, eclipsando a otras que estaban llamadas a serlo, porque siempre lo han sido, tradicionalmente. No creo que sea necesario recordar lo que ha sucedido, todos estamos al tanto. Sobre todo porque el principal protagonista, Íñigo Errejón, ha reconocido los hechos y ha decidido poner punto y final a su trayectoria política. Después, como siempre suele suceder, el asunto se ha embarrado, más de lo que ya estaba, por las informaciones aparecidas relativas a cuándo, cómo y dónde sus compañeros y compañeras de formación política sabían de los hechos que se le acusan. De confirmarse esta complicidad, se puede ser cómplices de muy diferentes maneras, también deberían acarrear una serie de consecuencias. Desde la inflexibilidad y la determinación.
El caso de Errejón me ha recordado al de Dominique Strauss-Kahn, también conocido por DSK, el megaministro francés (a punto estuvo de ser candidato a la presidencia) que también vio como su carrera política finiquitaba, de repente, tras las denuncias por las agresiones sexuales que cometió. ¿Lo recuerda? Si revisa la hemeroteca, en el caso de Errejón se están esgrimiendo los mismos argumentos que en el de DSK, y ya han pasado casi 14 años desde entonces. Se habló de triunfo del feminismo, consiguiendo acabar con un líder político de primer nivel. Se habló de colocar las agresiones sexuales a mujeres en el epicentro del debate público… Hay diversas coincidencias, que apenas han cambiado quince años después.
Por partes. Errejón ha reconocido su culpabilidad, por decirlo de algún modo, aunque algunas de sus justificaciones y reflexiones no son de recibo. El patriarcado no es un gas que anda flotando sin control por las esquinas y se nos cuela sin que podamos hacer nada. De hecho, todos los que tenemos una cierta edad, hemos vivido, convivido y aceptado el machismo y el patriarcado como elementos naturales de nuestro entorno social y personal. Esa es la realidad. Bien es cierto que muchos hemos aprendido a despojarnos de esta ingrata herencia, tras un proceso personal de reflexión e identificación de una situación tan injusta como cruel. Todos tenemos derecho a rectificar, o a ver la luz.
Se nos ha tratado de vender que el feminismo, o la fuerza de las mujeres, o un delito cometido contra las mujeres, ha conseguido derribar a un político de primer nivel. Ya sucedió, como antes señalaba. Tampoco es nuevo que se convierta en un asunto de interés general, también ha sucedido en el pasado, y el caso de Nevenka Fernández es un buen ejemplo. Por desgracia, apenas ha cambiado nada, muy poco. Y lo grueso, el hecho, se sigue repitiendo, es idéntico a lo que sucedía hace ochenta, cincuenta o veinte años. Un hombre con poder, que lo utiliza para imponer su voluntad y sus deseos a una mujer, reconociéndola como un mero sujeto u objeto sexual. Más de lo mismo, seguimos en el mismo fango metidos.
Un fango que tratamos de limpiar (o de esconder) cuando nos descubren, y no antes. Tengamos ese dato en cuenta. Tanto en el caso de Dominique Strauss-Khan, como en el de Íñigo Errejón, los denunciados dejan de actuar (o creemos que dejan de actuar) porque son denunciados y sus nombres aparecen en la primera fila de eso que conocemos como opinión pública. Doy por hecho que seguirían atropellando y vulnerando a mujeres si se mantuvieran en el anonimato, si nadie los denunciara. El fango nos aterroriza, o nos humilla, o nos señala, no sé cuál debe ser la expresión, cuando es público, cuando lo saben tus amigos, vecinos o rivales políticos. Y no antes. Por tanto, en el caso de Errejón, como en el de cualquier otro político o personaje público, lo que prevalece es lo particular, lo personal, y no el daño que se infringe a la víctima. Demasiadas cosas que cambiar, demasiados años de oscuridad. Pero no culpemos al pasado o a la tradición de nuestros actos. Somos nosotros.
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