De los nervios

La tribuna

8499654 2024-09-08
De los nervios

08 de septiembre 2024 - 03:07

Aprincipios de siglo, tal vez como consecuencia de los años agitados y divertidos que nos regalaron los 80 y 90, o tal vez como una consecuencia colateral de eso que llamamos (y conocimos) como estado del bienestar, proliferaron las marcas de bebidas alcohólicas, especialmente ron, ginebra y güisqui. Pedir un gintonic se convirtió casi en una aventura, porque ya no había en las estanterías las tres marcas de siempre; nos encontramos con más de cien, para todos los gustos. ¿Te gusta con un toque frutal, aromatizado, quizás amargo, con un recuerdo dulce?, te preguntaban el camarero o camarera de turno y la verdad es que, yo al menos, no sabía qué responder. Y ya no hablemos de la preparación, solo nos ha faltado ver gintonics con lentejas, o con patatas fritas o con fideos, ya que algunas combinaciones se parecían más a una sopa que a los cubatas que hemos conocido tradicionalmente.

En los últimos años otro cambio nos ha llegado, destinado a mitigar nuestra ansiedad. Da igual en la cadena que entres, las infusiones, pastillas, bebidas y hasta alimentos, relax, dormir, zen, relajantes, se multiplican en las estanterías. La tila ya es algo vintage, viejuno, casi inocuo; necesitamos algo más fuerte, con más ingredientes, con su ración de melatonina, para calmarnos y conciliar el sueño. Para tranquilizarnos. Hay quien opta por llamar a Morfeo de forma más directa, pasándose por la farmacia (previa receta médica) para consumir cualquiera de los muchos productos acabados en pam. Curiosamente, uno de los más conocidos, el Orfidal, no acaba en pam, pero es muy frecuente en nuestros cajones de “las medicinas”. Se ha normalizado de tal modo el consumo de estos fármacos que España lidera el podio mundial. Sí, estamos de los nervios, y necesitamos un poco de calma, y si la vida no nos la proporciona, acudimos a la química para conseguirla, o creer que la conseguimos.

Es curioso, me llama poderosamente la atención, que España sea líder en consumo de productos y sustancias relajantes, incluso adormideras, y que al mismo tiempo seamos uno de los grandes consumidores mundiales de cocaína, que no es, precisamente, muy relajante, sino todo lo contrario. Imagino que muchos de estos usuarios lo son de ambas sustancias, una raya (o las que caigan) los fines de semana, y un Lorazepam los lunes, para recobrar el pulso, o algo así debe ser la estrategia.

Un reciente informe hablaba del exagerado consumo de cocaína en nuestro país, especialmente en personas en el segmento entre los 40 y los 60 años. O sea, drogarse ya no es de jóvenes, precisamente. La cocaína, queramos o no, forma parte de nuestra sociedad, incluso la hemos “aceptado” socialmente. ¿Quién no se ha metido alguna vez un tirito?, pregunta el notario, el abogado o el arquitecto en tono jocoso, y la reunión reacciona inclinando la cabeza afirmativamente, con una sonrisa en los labios.

Mientras la heroína es de “tirados” y el hachís es de “porretas”, la cocaína tiene su propio estatus, o eso nos venden, para blanquear lo que es negro como el carbón. Imagino a esos padres cuarentones (o cincuentones) con dos gramos en el bolsillo, regañando a sus hijos porque hacen botellón o porque comen productos procesados, que no son “sanos” para la salud. Qué cosas.

Bien para relajarnos, bien para excitarnos, los españoles destacamos por el consumo de productos que inciden en nuestro estado de ánimo, incluso en nuestra percepción de la realidad, como si la vida que tenemos (con sus circunstancias) nos gustara poco o quisiéramos otra. Curiosamente, otro curiosamente, una amplia mayoría de españoles reconocen que son felices cuando son preguntados. Así lo indica la sociología, esa ciencia. Habría que preguntarse cuál de los datos es mentira, ya que esos consumos de ansiolíticos y de cocaína como que no deberían encajar con “vidas felices”, o a lo mejor la felicidad se encuentra en la química (y yo sin saberlo).

Como la ya mítica película de Pedro Almodóvar, parece que vivimos al borde de un ataque de nervios, con el resuello en la garganta y el corazón a punto de estallar, como si cada minuto fuera el último. Ansiedad es la palabra, y taquicardia, angustia, incertidumbre y miedo son protagonistas de esta película que en ocasiones es de terror. A lo mejor es que no somos tan felices, o sí y nos empeñamos en no serlo, o en no creerlo. Porque nunca tenemos suficiente.

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