Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

La mujer invisible

La mujer invisible La mujer invisible

La mujer invisible

La editorial barcelonesa Seda ha tenido a bien publicar, en este mes de marzo, casi coincidiendo con el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, el ensayo de la columnista del diario The Guardian Helen Walmsley-Johnson, La mujer invisible. La escritora, tal y como hace en su columna desde haya varios años, The vintage years, aborda desde la ironía, incluso desde el humor, pero también desde la inteligencia y la reflexión, las coyunturas, circunstancias, quehaceres y problemas, de toda índole, a los que se deben enfrentar las mujeres maduras, aquellas que han superado la frontera de los cincuenta años. Con lenguaje directo, fresco, mirando a los ojos del lector, buscando la complicidad de la lectora, a la que no cesa de preguntar, Walmsley-Johnson nos muestra el desconocido y poco estudiado universo de la mediana edad de la mujer y las diferentes disyuntivas o caminos ante los que se enfrenta. Como en su día propuso su compatriota Tony Blair, la columnista británica nos trata de convencer que es posible una tercera vía, y que sitúa entre aquellas mujeres que empiezan a aceptar que su mejor momento ha pasado, que ya han alcanzado los hitos que les tenía reservada la vida y que esperan, con cierto agrado y satisfacción, la edad de jubilación, y entre otras esas mujeres que con deportivas, gimnasios, tejanos rotos, cirugía y bótox tratan de desafiar el paso del tiempo, convencidas de que es posible habitar, o al menos transitar durante más tiempo del establecido, en una falsa juventud. Walmsley-Johnson, ante estas formas casi irreconciliables de enfrentarse a la vejez, se muestra convencida de que es posible, y sobre todo necesaria, su tercera vía, en la que no es necesario darse por vencidas, pero que tampoco la obsesión por la juventud sea una máscara que las aleje de la realidad. Es decir, no se trata de renunciar a la madurez o de resignarse ante ella, se trata, simplemente, de vivirla con todas sus consecuencias.

Para la autora inglesa, esta tercera vía, que no es más que explorar y disfrutar de un ciclo vital asumiendo y aceptando sus peculiaridades, sin renunciar a nada, es la mejor manera de acabar con la que denomina la mujer invisible, y que es ésa que ya no está o que simplemente representa otra que no es realmente. Aunque haya quien así lo entienda, no es La mujer invisible un libro solo para mujeres, ya que hay cuestiones como la influencia de los medios y de la publicidad en nuestros hábitos de vida, las relaciones, la preocupación por nuestra economía futura o el sexo que entiendo interesan tanto a hombres como mujeres. Un libro que recomiendo, que divierte y emociona, de la misma manera, que te abre los ojos en diferentes cuestiones que jamás te habrías planteado, y que, sobre todo, visibiliza a unas mujeres con las que convivimos y que con demasiada frecuencia no sabemos o no queremos conocer o disfrutar con la intensidad que se merecen. Mientras leía este libro me fue imposible no recordar, casi recapitular, todas esas mujeres, siempre demasiadas mujeres, que hemos o seguimos invisibilizando. Siempre demasiadas mujeres invisibles.

Y así, constátelo, hemos construido una Historia sin mujeres, ni guerreras, ni artistas, ni científicas ni nada de nada. No es de extrañar que construyéramos, al mismo tiempo, un idioma que las ignora y que tanto y tanto cuesta que sea definitivamente inclusivo. O las mujeres del mundo rural, que con frecuencia han sido las verdaderas protagonistas de las actividades agrarias y/o ganaderas, o las mujeres con discapacidad, que han padecido una doble o triple discriminación, o la invisibilidad de las mujeres lesbianas, que durante décadas han tenido que amar y sentirse amadas en las oscuras alcantarillas de la sociedad, lejos de nuestra mirada. O las mujeres deportistas, que apenas siguen mereciendo un brevísimo espacio en los diarios pese a que sus triunfos son similares a los de los hombres. Todas esas mujeres invisibles merecen y necesitan ser mostradas a la luz, tal y como ha hecho Helen Walmsley-Johnson en su libro. Y no solo en las cercanías del 8 de marzo, que tan fácil resulta abrazarse al morado o colocarse un pin en la solapa. Tenemos que conseguir, entre todos, entre ellas y nosotros, que sean visibles todos los días de nuestras vidas.

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