Tribuna

josé antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología

A la izquierda, debilidad cultural

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A la izquierda, debilidad cultural

La línea continua que enlaza los ideales ilustrados del siglo XVIII, surgidos para emancipar a la sociedad del oscurantismo, con la izquierda política, emanada de la Revolución francesa, cada día parece menos diáfana. Con la irrupción en los ochenta de la posmodernidad parecieron desdibujarse las fronteras entre izquierda y derecha. Sin embargo, la escenificación pública en el pasado debate de investidura presidencial del desencuentro de la socialdemocracia y el populismo izquierdista, compartiendo un mismo espacio y apelando a la unión frentepopulista, desmiente la hipótesis posmoderna. La izquierda existe. A hora bien, su fracaso unitario se adjudica, en opinión de los analistas, a una persistente ausencia de "cultura política", reemplazada frecuentemente por la intriga.

En la historia española hubo una corriente generalizada en la izquierda anarquista y socialista que creía en la Idea, que no era otra cosa que una mezcla de redención política y de liberación social mediante la alfabetización y la lectura. Las escenas de grupos de proletarios en los campos andaluces escuchando embobados lo que leía el que sabía hacerlo, y de anarquistas que editaban revistas -se decía que donde había un ácrata surgía una revista- tuvo mucho de épica mesiánica, de profunda raigambre cristiana, que anhelaba un mundo justo. Cuenta Lily Litvak, autora de La musa libertaria, que cuando el italiano Fancelli predicaba la Idea en España, dado que no sabía castellano, lo hacía en francés e italiano, y los proletarios con sólo ver su entusiasmo parecían entenderlo, y se iban del todo exultantes. Pero también era una tozuda creencia en la Razón fundante. Ahora bien, la difusión de la Idea exigía un apostolado; y entre los apóstoles españoles no brilló ningún Tolstoy, Bakunin o Kropotkin capaz de dar argumentos sólidos a esa nueva fe redentora.

En el campo marxista español, socialista y comunista, la cosecha teórica fue aún más pobre, puesto que se apostó por la estrategia de conquista del poder más que por la ingenua Idea. El tacticismo maniobrero llegó a imperar. Sólo alguna que otra figura excepcional, como el andaluz Fernando de los Ríos, aún creía en la redención gradual por la cultura.

Italia, sin ir más lejos, tuvo desde los históricos Labriola, hasta los teóricos más contemporáneos como Della Volpe o Negri, entre una infinidad. Y por supuesto, Antonio Gramsci, líder y teórico marxista, cuyo transcurrir por las prisiones de Roma, Ustica y Milán, siempre fue seguido por un reguero de debates sobre literatura, campesinado, cuestión meridional, filosofía, etc. Daba continuidad así a los dirigentes de la Revolución rusa, casi todos intelectuales. A su alrededor no había un ambiente sulfuroso ni conspirativo, sino culto y sugerente. Gramsci, incluso, impartía gustoso clase a sus carceleros fascistas. Escribió en prisión 33 cuadernos de letra apretada, que hoy pasan por ser el referente culturalista del marxismo del siglo XX. En vida ya era un gigante, tanto que cuando lo conoció un anarquista en el tren cuando lo trasladaban a Milán quedó impresionado por su baja estatura. ¡Para el buen libertario, Gramsci debía ser un gigante real! Los miembros de la Resistencia italiana, asimismo, escribieron unos setecientos cuadernos de reflexión. Incluso, en Marruecos, en los años setenta, de plomo, muchos presos políticos dieron lugar a una original literatura de prisión, en la que destaca el poeta Laâbi. Cuando se leen las actas de la Commissione Culturale del Partido Comunista Italiano, como yo he hecho, observamos que siempre están presentes los camaradas Pasolini, Visconti o Italo Calvino, con su cine y su literatura. Y cuando en el año 62 se quiere hablar de moral y socialismo el PCI invita a Sartre a Roma, con el fin de elevar el tono del debate.

El pobre pragmatismo del bicéfalo marxismo español del exilio fue ajeno a todos los debates de su tiempo, preocupado sólo en cómo quedarse solo en la oposición, tras haber laminado al anarquismo, y en cómo tomar el poder pactando con los poderes fácticos de postfranquismo. ¿Dónde están, al menos, los cuadernos de reflexiones? España no ha aportado desde nunca ni un solo teórico de relieve internacional a los movimientos sociales, pero tampoco literatura existencial de prisión o resistencia. Hasta ahora sólo hemos visto pobres manifiestos llenos de firmas. Y esto tiene consecuencias muy agrias sobre la vida cotidiana, al no haber profundidad en los debates políticos. Más allá de la engañosa dialéctica tertuliana, y de títulos doctorales más o menos capciosos, tenemos la sensación de habitar un país donde la izquierda, a la cual sigo adscribiéndome a pesar de todo, es muy pobre culturalmente hablando, estrangulada por el tacticismo y la vendetta. Mientras esto sea así, el histriónico espectáculo de Sánchez e Iglesia, y sus corifeos, en la última investidura seguirá repitiéndose por los siglos.

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