Tribuna

Rabbi Haim Casas

Rabino en Tolousse y Lyon

El incencio de nuestro corazón

El incencio de nuestro corazón El incencio de nuestro corazón

El incencio de nuestro corazón

En el año 64, Roma fue devastada por un terrible incendio. La leyenda cuenta cómo el emperador Nerón cantaba a la "belleza de las llamas" sobre el tema de la captura de Troya. El historiador Tácito, por el contrario, nos recuerda el dolor de los inocentes: "Podíamos escuchar sin cesar los gritos y los lamentos de niños, mujeres, hombres y ancianos. El humo y el alboroto nos impedía ver o entender cualquier cosa". Todavía recuerdo cuando de pequeño tuvimos que abandonar nuestra casa de campo en medio de la noche, al declararse un incendio en un bosque cercano y la amenaza del viento de extender las llamas hacia nuestra casa. Tuvimos que dejar todo atrás y huir en pijama.

Pero estas son las reflexiones de un rabino cordobés en Francia. Como a todos los demás, las imágenes del incendio de Notre-Dame me han impresionado profundamente. La fuerza destructiva del fuego es aterradora. Sin embargo, en muchas tradiciones espirituales el fuego tiene la capacidad de iluminarnos (el fuego es luz), de transformarnos y de purificarnos. La tradición judía, por ejemplo, sostiene que la Torá fue escrita con fuego. La amenaza de la destrucción de Notre- Dame, el incendio de Notre -Dame, fue para mí una experiencia espiritual muy profunda. Hoy, me gustaría compartir algunas de las reflexiones que me han acompañado durante varios días.

En primer lugar, una reflexión sobre la fragilidad. Un edificio de 800 años de antigüedad ,que ha logrado sobrevivir a las mayores tragedias de la historia, ha estado a punto de desaparecer ante nuestros ojos. Un edificio diseñado para sobrevivir de generación en generación, diseñado para la eternidad, podría haber desaparecido en tan solo dos horas. Y eso me ha hecho pensar en nuestra propia fragilidad. Si Notre -Dame puede desaparecer de un momento a otro debido a una chispa de fuego ... ¿qué hay de mí que soy mucho más pequeño mucho más inofensivo, mucho más frágil?

Las lágrimas de los testigos no eran sólo por la destrucción de un edificio. Las lágrimas de los testigos también se referían a la percepción de nuestra propia fragilidad. Nosotros mismos, testigos directos de esta desaparición a través de las imágenes difundidas en televisión, hemos experimentado este dolor. Un sufrimiento difícil de identificar, de reconocer y aceptar, un sufrimiento desafiante. Un sufrimiento que nos lleva a reflexionar sobre nuestra manera de ver la vida, sobre aquello que nos permite vivir en paz y en serenidad.

¿A qué estoy esperando para darme cuenta concretamente de que cada día es un regalo? ¿En qué causas decido poner mi corazón y mi energía? ¿Por qué me preocupan las cosas que no tienen valor real? ¿Por qué soy lento para perdonar, para vivir en paz conmigo mismo y con los que me rodean?

Si supiera que voy a desaparecer en las próximas 24 horas, ¿me preocuparía yo por las mismas cosas que me preocupan en este momento? Creo que si tomásemos consciencia, en lo más profundo de nuestro corazón y de nuestra alma, de que cada día es un regalo, entonces no desaprovecharíamos nuestra energía en cosas insignificantes. Buscaríamos paz y amor, y todo lo que parecía ser problemático ayer, ya no lo sería hoy.

Después de la fragilidad, la tragedia de Notre- Dame me lleva a una reflexión sobre la sociedad en que vivimos. Una sociedad que creemos conocer con certeza pero que nunca deja de sorprendernos.

Francia es republicana y laica. Es una sociedad aparentemente alejada de toda religiosidad, completamente desacralizada. Sin embargo, el fuego de Notre-Dame nos dejó con imágenes asombrosas: gente que rezaba arrodillada en las aceras, cantando al unísono todo tipo de himnos religiosos, ciudadanos de todos los orígenes y creencias que se reunían alrededor de un edificio; ciudadanos que lloraban y se consolaban mutuamente fundidos en un abrazo.

Este fuego nos ha permitido descubrir algo que no sabíamos o que habíamos olvidado. El corazón de París es un templo (olvidemos por un momento que es un templo católico). El corazón de París es un edificio consagrado durante siglos a la espiritualidad. El corazón de Francia, la Francia secular y laica, es un lugar de oración. He podido descubrir que aunque nuestra sociedad esté aparentemente alejada de la religión, sigue siendo profundamente espiritual. Hombres y mujeres siguen buscando a Dios.

Cuando la aguja de la catedral sucumbió a la violencia de las llamas, todos escuchamos en la televisión los gritos de quienes asistieron a la escena. La aguja simboliza a la humanidad en busca de Dios. Nuestro deseo de espiritualidad. La tendencia de nuestra alma a unirse con su Creador.

Cuando la aguja cayó en las llamas, todos sentimos un dolor, un dolor del que quizás no éramos conscientes. Era el dolor de pensar que nuestro camino hacia el mundo del espíritu había desaparecido en las llamas. Afortunadamente, no todo ha sido consumido. Juntos, judíos, cristianos y musulmanes, ateos y creyentes devolveremos su belleza a Notre-Dame. Más allá del edificio, continuaremos elevándonos espiritualmente para construir un mundo de paz, unidos en la diversidad y reunidos en torno a valores universales. Este trágico evento finalmente nos ha hecho recordad dos cosas esenciales:

Cada día es un regalo, un don de Dios dirían algunos, y todo hombre y toda mujer, por ateos que pueda declararse, necesita explorar el mundo del espíritu. Esta búsqueda es quizás la búsqueda necesaria, la condición para la libertad que celebramos.

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