Tribuna

Manuel Ruiz Zamora

Filósofo

La hora de Ciudadanos

La hora de Ciudadanos La hora de Ciudadanos

La hora de Ciudadanos / rosell

Aunque las ultimas macroelecciones han dejado un panorama de partidos políticos razonablemente satisfechos con sus resultados (salvo en el caso de Podemos), hay uno de ellos que, sin haber ganado en muchos sitios, sale investido de unas cuotas de poder que pueden resultar determinantes a la hora de formar gobierno en Ayuntamientos y Comunidades: ese partido es Ciudadanos. Ahora bien, del modo en cómo gestionen las políticas de pactos van a derivarse en gran parte sus opciones de futuro.

Podría decirse que con estas elecciones Ciudadanos accede definitivamente a la mayoría de edad, esa etapa de la vida en la que uno ya no puede permitirse zascandilear impunemente con las ideas más peregrinas. Su caso se asemeja, en cierta forma, al de Podemos, aunque el resultado final no tenga por qué ser el mismo. Ambos partidos emergieron a la sombra de una crisis institucional profunda y un clamor popular de regeneración política. Ambos medraron practicando lo que en algún otro lugar he llamado la política de las almas bellas; es decir, esa relación puramente virtual con la realidad en la que uno puede permitirse conjugar alegremente toda clase de propuestas, por más extravagantes o irrealizables que sean. No obstante, como diría el poeta, al final la verdad desagradable asoma y la realidad termina siendo todo el argumento de la obra. Podemos ha estallado como una pompa de jabón en cuanto ha tomado contacto con la tierra, lo que nos lleva a proponer una lección para los alumnos de Pablo Iglesias: intentar asaltar los cielos es, en política, la forma más efectiva de estrellarse contra el suelo.

El partido de Rivera, por su parte, llega a este juego de tronos de los pactos poselectorales con unos resultados razonablemente buenos, aunque cargado con un pesado lastre: los vetos que a priori ellos mismos se han impuesto. Lo que en Andalucía les supuso innegables réditos electorales, se está demostrando un error garrafal en el resto del Estado. ¿Por qué? En primer lugar, porque la negativa a ultranza de llegar a acuerdos con los socialistas no sólo no ha servido para alcanzar la tan soñada hegemonía en el espectro político del centro-derecha, sino que le ha dejado libre a Pedro Sánchez todo el espacio de centro-izquierda. Si a ello le añadimos la inestimable colaboración de Vox para despertar a un electorado de izquierdas virtualmente adormilado por la irreprimible tendencia a la superchería política de Pedro Sánchez, no nos será difícil comprender unas acumulaciones de poder impensables para este pocos meses antes.

El problema que se le plantea ahora a Ciudadanos es el de cómo desarrollar una estrategia de pactos poselectorales coherente y productiva. Cuando digo coherente me refiero a decisiones que guarden una concordancia esencial con el sentido originario de esta fuerza política. Cuando digo productiva quiero decir que sea valorada por el electorado de forma que refuerce sus opciones de futuro. Tengo amigos muy brillantes que, aun estando en desacuerdo con la decisión de los vetos incondicionales, consideran que el partido debe mantenerlos por una simple cuestión de compromiso con quienes les han votado. Yo discrepo en este punto. En mi opinión, sería un error garrafal que Ciudadanos se involucrara en esa ceremonia tan grotesca como natural que es el reparto de cargos. Por decirlo al modo kantiano: su estrategia debería ser enteramente trascendental, no empírica. Pero, ¿qué quiere decir esto?

Creo que en política lo esencial son las circunstancias y estas ahora determinan que la capacidad decisoria de Ciudadanos debe ponerse íntegramente al servicio de su sentido originario que es, además, lo que le diferencia del resto de los partidos: a saber, poner freno en la medida de sus posibilidades al avance de los nacionalismos. No creo que nadie que haya votado al partido de Rivera esté en desacuerdo con dicha línea política, aunque ella suponga contravenir la rigidez innecesaria y contraproducente de ciertos compromisos adquiridos. El camino marcado por Valls en Barcelona es, en tal sentido, el buen camino.

Desgraciadamente, no parece que vayan a ir por ahí los tiros. Por un lado, perduran las absurdas reticencias a reunirse con Vox y, por otro, comenzamos a ver amagos de acuerdos para facilitarle al PSOE algunos gobiernos decisivos. ¿A cambio de qué? De nada que tenga que ver con la batalla contra el nacionalismo. ¿Cabría facilitar la investidura de Sánchez a cambio de relegar a los independentistas en el Congreso? ¿Cabría, por ejemplo, obligar al PSOE a facilitar en Navarra un gobierno constitucionalista a cambio de acuerdos en Castilla y León? ¿Cabría impedir que los socialistas se alien con los soberanistas en ayuntamientos como el de Badalona? ¿Se podría acordar abortar el avance de las políticas identitarias en Valencia y Baleares? Si Ciudadanos no sirve para esto, habrá que preguntarse para qué sirve Ciudadanos. Puede que su hora haya llegado, pero sería deseable que no fuera la última.

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