Tribuna

Luis Chacón

Experto financiero

A favor de la tasa turística

A favor de la tasa turística A favor de la tasa turística

A favor de la tasa turística / rosell

El turismo surge con el Grand Tour dieciochesco que se puso de moda entre la joven aristocracia europea. Recorrían el continente durante meses con estancias en París, Venecia, Florencia, Roma, Nápoles y otras ciudades monumentales, buscando una experiencia cultural única. A principios del XIX, el editor Karl Baedeker vio un filón en esa industria incipiente y creó las guías de viaje. Llevar una Baedeker's era signo de distinción y viajar sin ella una osadía. El turismo masivo nace en 1841 cuando Thomas Cook fletó un tren especial para un grupo de puritanos de Leicester que querían asistir al Congreso Antialcohol de Loughborough. Resulta curioso que lo que empezó como un viaje de abstemios haya degenerado tantas veces en algaradas de borrachines. Cuando viajar por placer se convirtió en un fenómeno de masas, el turismo se transformó en un gran negocio y ya en el siglo XX, el turista convirtió al viajero en reliquia. Hoy, la masificación turística, fruto de un significativo aumento de la renta en todas las capas sociales, la mejora de los transportes e infraestructuras, los nuevos modelos de alojamiento, la proliferación de plataformas de intercambio y los vuelos baratos -generalmente subvencionados por los poderes públicos- está provocando auténticos problemas de gestión y convivencia en un buen número de ciudades. Situación que ha vuelto a poner sobre el tapete la necesidad de una tasa turística con la que el visitante colabore en el mantenimiento del patrimonio cultural y natural del que disfruta.

La tasa turística no es ninguna novedad. La taxe de séjours se implantó en Francia mediante la Ley de 13 de abril de 1910. Su exposición de motivos era muy clara: "Francia pierde una clientela turística rica en favor de balnearios extranjeros porque la infraestructura de los centros turísticos franceses no está a la par con aquellos". Se pretendía recaudar fondos para reinvertirlos en nuevas infraestructuras o en el mantenimiento y mejora de las existentes.

El planteamiento actual es idéntico. Las infraestructuras turísticas son sufragadas con los impuestos de los ciudadanos del país o ciudad de destino, pero quien las utiliza masivamente es el visitante. A veces, se crean algunas exprofeso para hacer más cómoda la visita turística y, sin embargo, el residente no les da apenas uso. Igual ocurre con el mantenimiento de monumentos, museos, espacios públicos y otros servicios que, como el transporte urbano, ofertan precios tasados ya que su coste real suele ser superior al precio que abona el usuario. En estos casos, el turista se beneficia de una subvención directa, más pensada para el residente que para el visitante. Por último, es evidente que el turismo es fuente de empleo y riqueza, pero también lo es que dicho beneficio no revierte directamente en el Ayuntamiento de la ciudad sino en la cuenta de resultados de las empresas del sector e industrias auxiliares y, muy colateralmente, en las de otros agentes económicos. Pero los inconvenientes del turismo masivo afectan a toda la población.

Financieramente, la tasa turística sirve para mantener y ampliar las infraestructuras, mejorando sustancialmente la estancia y, por otra parte, contrarrestar el impacto de las visitas en el patrimonio y el medio ambiente, iniciar proyectos de rehabilitación o protección e incluso, colaborar en la adquisición de bienes culturales o naturales en manos privadas que mejoren la oferta turística previa.

Desde el punto de vista impositivo es razonable que quien disfruta un servicio excepcional y no recurrente asuma su coste o, al menos, contribuya a su mantenimiento y mejora. No parece justo que el conjunto de los ciudadanos sostenga infraestructuras que no utilizan o usan muy esporádicamente. Y siendo el estado el titular de la mayoría del patrimonio cultural y monumental que sirve como foco de atracción turística, es razonable que sea quien reciba esas cantidades para compensar el gasto incurrido. Como ocurre con cualquier tasa, el sujeto pasivo ha de ser quien disfruta o se beneficia directamente del servicio.

El sistema de cálculo de la tasa no es único; en unas ciudades se trata de una cantidad fija por pernoctación; en otras, un porcentaje del precio de la habitación y en ocasiones, el coste está en función del tipo de alojamiento, siendo más alto en función de la categoría. Para no disuadir al viajero que se plantea estancias largas o a quien viaje por motivos de trabajo, se suele establecer un tope de noches en el cálculo de la cantidad a pagar.

La crítica recurrente de los empresarios del sector pasa por resaltar la pérdida de competitividad respecto a destinos similares e incidir en el encarecimiento de la estancia. Pero si tenemos en cuenta que la tasa está extendida en la mayoría de las ciudades turísticas de Europa y que, sea cual sea el sistema de cálculo, las cantidades son mínimas (entre uno y cinco euros por día) ambos argumentos decaen.

En conclusión, exigir una tasa turística en las condiciones económicas que actualmente se dan en Europa no parece que perjudique al turismo y, sin embargo, beneficia de modo importante, a las ciudades turísticas, a sus residentes y al patrimonio de todos.

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