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Furia, bulos y la indignación como motor de cambio
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Hace unos días contemplaba en este mismo periódico los uniformes que han tenido que adquirir los bomberos de Córdoba, como sacados de Lost o de algunas secuencias de ET, para poder enfrentarse con seguridad y garantías al avispón oriental. Parece ser que los asiáticos no solo nos invaden con precios sin competencia (de cualquier producto), rollitos de primavera, sushi, cómics y patinetes eléctricos, también con sus insectos. Estos avispones, considerados especie invasora, están teniendo una especial incidencia en las colonias de abejas, y en la producción de miel, ya que se han convertido en sus más letales enemigos. Causan verdaderos estragos. Una nueva especie invasora, que se une a una larga lista que está contribuyendo a reducir, y a veces extinguir, especies autóctonas, que nada o muy poco pueden hacer ante tan mortíferas invasiones.
La de los avispones orientales es una más de las especies invasoras que han encontrado acomodo en nuestro país, a costa de modificar y alterar, con frecuencia, nuestro ecosistema. Así, podemos recordar los cangrejos rojos (esos que nos comemos con salsa picante), que devoraron muy rápidamente a los que realmente poblaban nuestros ríos. O los siluros, esos enormes peces que normalmente habitan en nuestros pantanos, y que llegan a alcanzar dimensiones “película de Spielberg”, siendo presa codiciada por los pescadores, por la hazaña que supone sacarlos del agua, y no por su carne, horrible según cuentan. También los muflones campan por nuestros montes como si siempre hubieran estado aquí, y no, fueron traídos por cazadores para ampliar sus capturas y contar con más trofeos que exponer sobre la chimenea. O más recientemente las cotorras, que se han colado en nuestras ciudades, consiguiendo que no sepamos en ocasiones si estamos en Córdoba, Málaga o Barcelona o en cualquier ciudad caribeña. Muchas veces, cuando estoy tendiendo ropa en la azotea, las veo pasar, ruidosas y verdes, y por unos segundos me siento en otro lugar.
Todas estas especies invasoras, como la mayoría que conocemos, no han llegado por casualidad, por un despiste o similar, todas han sido incorporadas a nuestro entorno por el hombre. A veces de manera premeditada, como es el caso de los muflones o de los siluros; a veces de manera inconsciente, en un alarde de ignorancia y de temeridad, y ahí tenemos a las cotorras o a los avispones orientales. Estas especies, relacionadas con nuestra biología, se suman a esas otras, alimentarias, culturales, festivas o relacionadas con la moda, igualmente introducidas por el hombre, y que tampoco han tardado en encontrar su hueco en nuestras vidas, apartando en ocasiones a las que formaban parte de nuestro decorado más íntimo y vital.
Pizzas, Halloween, colas, OK, marketing, dircom, vaqueros, Black Friday, cubata, spoiler, blazer, feedback, tartar, stent, burguer y muchísimas más que hemos incorporado como propias. No siempre llegan estas invasiones desde más allá de nuestras fronteras, también las tenemos interiores e igualmente nefastas para nuestro ecosistema, entendida la palabra en toda su amplitud.
En el mundo del periodismo, por ejemplo, se encuentran muchos casos de especies invasoras, en esos tertulianos o informadores, que ya no es que no cuenten con el título que les acredite la condición, es que se convierten con absoluta premeditación en difusores de bulos, calumnias y mentiras. La política también cuenta con su plaga de invasores, de izquierda a derecha, y que destacan por su incapacidad y su apego al sillón (y a todo lo que este supone).
Pese a lo que muchos argumentan, yo siempre he apostado por políticos profesionalizados. Y también defiendo políticos bien remunerados; lo que cobran el presidente del Gobierno, los ministros, el presidente de la Junta de Andalucía o sus consejeros me parece sencillamente ridículo, si lo comparamos con las responsabilidades que sus puestos conllevan. Alguien que gestione mil millones de euros en una empresa privada no creo que cobre 4.000 euros al mes. Eso sí, bien remunerados, pero bien capacitados, auténticos profesionales. Para todos esos políticos invasores, sin talento y trayectoria comprobables, 4.000 euros al mes es sencillamente tirar nuestro dinero a la basura. Y por desgracia, estos ejemplos abundan. Y cuando los muflones, los siluros y los avispones se aferran al sillón, no hay traje especial para poder separarlos.
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