Tribuna

Federico Soriguer

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

La clínica como el arte de la prudencia

La clínica como el arte de la prudencia La clínica como el arte de la prudencia

La clínica como el arte de la prudencia / rosell

Hoy, la vieja y "saludable" distinción entre enfermos y sanos ha saltado por los aires. El asunto viene de antiguo, pues no otra cosa apuntaba ya la clasificación de las especialidades médicas en función de las diferentes etapas de la vida. Una de las ultimas, quizás, la medicalización de la vejez, con la geriatría como especialidad. Pero lo que está ocurriendo, ahora, ante nuestros ojos es que se está medicalizando también la salud (sin adjetivos), lo que implica su negación misma como entidad real, al menos desde la vieja concepción médica. Lo curioso de todo esto es que, simultáneamente, ha aparecido en la sociedad un frenético empeño despatologizador, que reniega del estatuto de enfermo, pero reclama, al mismo tiempo, la intervención de la misma medicina de la que reniega. El lio es enorme y la ceremonia de la confusión está servida. Pongamos hoy el ejemplo del envejecimiento. La vejez, que había sido la gran olvidada, se ha convertido en el penúltimo bastión a batir por la tecno-ciencia. El lugar donde las ciencias preclínicas libran su última batalla contra unas disciplinas clínicas que a duras penas tienen que dar satisfacción a la ingente avalancha de "descubrimientos" tecno-científicos procedentes del resto de las ciencias, hoy ya, casi todas, reconvertidas en "ciencias de la salud". El gran aumento de la esperanza de vida a lo largo del siglo XX, al menos en los países ricos, el mejor conocimiento de la biología de la vejez, junto a ciertos éxitos experimentales sobre la longevidad en animales pequeños, ha despertado grandes expectativas en científicos y empresas que están dedicando ingentes recursos a la investigación sobre el envejecimiento, al mismo tiempo que generando (yo creo que irresponsablemente) unas expectativas que, hoy por hoy, están lejos de poder ser satisfechas. Es un grave error confundir esperanza de vida (que es un concepto estadístico) y que ha aumentado gracias a medidas políticas e higiénicas, no tanto bio-médicas, con longevidad que es un concepto biológico, específico para cada especie y que en la humana apenas si se ha modificado a lo largo de todo el siglo XX, sin que se haya podido superar la barrera de la señora Calment que murió con 122 años. Un éxito el aumento de la esperanza de vida que no se ha acompañado en la misma medida de un aumento de la calidad de vida por lo que hay ahora más viejos, pero con los mismos o más achaques que antes. Ni sabemos tampoco a donde nos lleva este futuro de viejos superlongevos, ni estas promesas distópicas sobre el envejecimiento e incluso la inmortalidad. Y para todo este viaje, ya iniciado, es irrelevante que la vejez se considere, o no, una enfermedad, como ya lo es para muchos otros aspectos de la vida y su relación con la medicina. Late en el subconsciente de algunas personas, quizás sobre todo en ciertos científicos, la repugnante idea de que "todo lo que el hombre puede imaginar lo terminará haciendo". Una tesis que convierte a los hombres en seres incapaces de gestionar los sueños, la imaginación y los deseos. Pero lo cierto es que buena parte de la investigación científica de nuestro tiempo se está haciendo sin pensar en sus consecuencias, algo que es más propio de esos adolescentes con trastornos de la personalidad que desquician a sus padres y a toda la familia. ¡Cómo si no hubiera ya la suficiente historia a las espaldas de la ciencia para aprender la lección¡ Así con la medicalización de la salud. La medicina clínica es una disciplina aplicada, es decirpráctica, que tiene entre algunas de sus funciones ponerle puertas al campo de la fantasía tecno-científica. Cuando a mitad del siglo XX la medicina clínica incorpora la lógica probabilística a la toma de decisiones y es capaz de medir sus errores, la mayoría de su arsenal terapéutico, parte de él milenario, fue arrojado al mar. Era simplemente inútil o incluso inconveniente. Hoy la medicina clínica lo tiene más difícil, con las incesantes aportaciones de la tecno-ciencia, pero su objetivo es el mismo. Enterrar, aparcar, precisar, gestionar las propuestas procedentes de ciencias lejanas a la cabecera del enfermo. Ciencias, muchas de ellas, que, en los últimos decenios, con sus prisas, tienen la pretensión de sustituir la función mediadora de la medicina clínica. Desgraciadamente los clínicos parecen haber olvidado cuál es su lugar en la pirámide del conocimiento y, desde luego, lo han olvidado los gestores sanitarios y científicos, que ven en los clínicos solo unos técnicos que deben limitarse a la aplicación de las propuestas (y ensoñaciones) de unos y de otros ya sean políticos o científicos. La medicina clínica y los clínicos, si se me permite la ambición, son los responsables de que todo aquello que llegue a los seres humanos bajo una propuesta medicalizadora, tenga las garantías que hace ya muchos años fueron resumidas dentro de los conceptos académicos y técnicos de eficacia, eficiencia, efectividad y utilidad, y éticos de beneficencia, no maleficencia, justifica y autonomía. Tiene también la obligación de no caer en la trampa de los saberes indubitables, esa patognomomia en la que la medicina estuvo sumida milenariamente y de la que pudo salir gracias, precisamente, a una lógica científica a la medida de lo humano. Desgraciadamente parece haber cada vez menos clínicos dispuestos a hacer frente a este gigantesco reto y más científicos y empresas tecno-científicas que carecen de ese "arte de la prudencia" que es, o debiera ser, consustancial a la práctica clínica.

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