Tribuna

francisco núñez roldán

Historiador.

La buena radio y la desinformación

La buena radio y la desinformación La buena radio y la desinformación

La buena radio y la desinformación / rosell

Cada mañana, mientras me afeito o desayuno, escucho la radio. Es una experiencia que crea adicción, una adicción rutinaria más que placentera. Me interesa la información temprana y concisa sobre problemas cotidianos y de interés público y las noticias de los sucesos tal como han ocurrido, sin adjetivos ni añadiduras ideológicas y oportunistas. No obstante, sigo a Giovanni Sartori en un axioma irrefutable: "La información de los hechos por sí misma no significa conocimiento, la información no lleva a comprender las cosas. Se puede estar informadísimo y no comprender nada". Por esta razón, para que la información sea reveladora de la realidad, necesita ser contrastada e interpretada, y este ejercicio hermenéutico necesita lectura, reposo y silencio; tareas que permite la prensa escrita y no la radio que nació para informar a las masas cuando éstas eran analfabetas y no tenían acceso al periódico.

Actualmente, la radio que emite informativos en onda media ha forzado su razón de ser y ha apostado, como la televisión a la que cada día imita más, por una fórmula ligera: escasez informativa y tertulia. Es decepcionante porque nada hay más superficial que una tertulia radiofónica, la forma liviana del debate, el último reclamo y emblema de las cadenas para atraer oyentes. Como dice Lipovetsky en El imperio de lo efímero, "las interpretaciones del mundo han sido liberadas de su anterior gravedad y han entrado en la atrevida embriaguez del consumo y del servicio al minuto". Es raro encontrar en las tertulias un debate extenso y abierto sobre lo que ocurre en el mundo, y si lo hay es simplificada y tediosamente sobre lo mismo: la política aldeana y cainita -como si estuviésemos solos en el planeta-, la ración de peleíta diaria, en acertada expresión de J. Chamizo, y los dimes y diretes de políticos mediocres que, siempre a la contra, no proponen nada. Todo despachado en solo unos minutos para agrado de oídos incondicionales de todo signo.

Aunque insatisfecho por este recurso radiofónico, no hay medio que nos acompañe mejor sea en casa, en el campo, de viaje o caminando y haciendo deporte que una emisora de radio, cualquiera que elijamos: la que transmite la música que preferimos, la que hace disfrutar con una buena entrevista a un sabio que nos aporta conocimiento para comprender la realidad, a un científico para aprender la complejidad del hombre y la naturaleza, a un poeta o novelista que nos descubre los secretos de la literatura; a un humorista que nos haga reír.

Desearía que la radio no imitara a la televisión, porque lo que ésta persigue con los telediarios no es informar, sino "agitar al público para aumentar la audiencia", como escribió en La vida de un reportero el periodista Walter Cronkite, durante muchos años estrella de las noticias de la CBS. Añadiendo que "la televisión no puede ser la única fuente de noticias" advertía a los ciudadanos de la falsedad, la mediocridad y la teatralidad desalentadora de su información. En la misma línea, invito a leer Homo videns, el ensayo de Sartori, cuyo subtítulo, La sociedad teledirigida, expresa de antemano la tesis del autor: las cadenas televisivas han producido ciudadanos que no saben nada y que se interesan por trivialidades; en abierta oposición a la prensa escrita, su información visual es enemiga de la verdad, de la lectura, de la reflexión, del silencio y de la abstracción. La televisión pretende mover y dirigir sentimientos y emociones, y por eso se recrea morbosamente en actitudes buenistas y sentimentaloides o en asesinatos, delitos sexuales, terremotos, incendios, inundaciones, y todo lo que represente desgracia y muerte. En suma, y en palabras de Sartori, "la televisión da menos informaciones que cualquier otro instrumento de información", de modo que al hacerlo subinforma y manipula o desinforma.

A la información teledirigida se añade en la programación un combinado preparado y calculado de excentricidad, extravagancia, impudicia, chabacanería y grosería para mantener al vulgo en ese estado de idiotez que es la ignorancia. "La televisión nos distrae de todo, incluso de sí misma, empobrece nuestra percepción, hace que desaprendamos a mirar el mundo" escribe Pascal Bruckner en La tentación de la inocencia. Contra esa nueva oleada de barbarie siempre nos quedará la compañía de la buena radio y la información de la prensa escrita, que permite leer, pensar, criticar y opinar en silencio y en público, más allá del ruido y la desinformación.

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