Tribuna

César Romero

Escritor

Las banderas y el bosque

¿Alguien duda de que si esos bancos y esas empresas hubieran permanecido en Cataluña y apoyado al 'Govern' no se habría proclamado con claridad la independencia?

Las banderas y el bosque Las banderas y el bosque

Las banderas y el bosque / rosell

Los tiempos corren tan aceleradamente que aún no se han resuelto los problemas cuando empiezan a tratarse como si fueran historia, a darse por descontados o a verse con perspectiva histórica sin la mínima distancia para poder enfocarlos. Algunos van sentando las bases para elaborar una visión, una teoría sobre cómo se ha resuelto determinado problema, aunque éste, que como suponen es el catalán, aún no lo esté y sólo sestee en un tiempo muerto a la espera de que las elecciones inminentes arrojen unos resultados que lo solventen o, como muchos tememos, lo difieran o aplacen en el tiempo, porque como intuyen quienes conocen nuestra Historia, el acompasamiento de las peculiaridades catalanistas a sus aspiraciones políticas lleva camino de necesitar para su resolución más siglos que el último teorema de Fermat.

Empieza a tomar cuerpo la idea de que el envite independentista catalán ha sido parado por el espontáneo resurgimiento de un cierto espíritu españolista, simbolizado en la colgadura de banderas en fachadas y balcones de casi toda España. Incluso se habla del primer ciudadano que decidió sacar la bandera nacional a su balcón para decir con ella "Hasta aquí hemos llegado" como de un "héroe anónimo". Como un nuevo Don Quijote, con lo cual se cerraría el círculo perfecto del recobrado espíritu español, pero no al escudero Sancho sino a sus paisanos catalanistas. A finales de septiembre fueron muchos los que salieron a la calle para manifestarse en defensa de la unidad española y más los que colgaron nuestra enseña en sus balcones. Repito: a finales de septiembre. ¿Sirvió esta oleada de españolismo para frenar el supuesto plebiscito realizado el 1 de octubre?

Otra idea que va cogiendo fuerza es la de que la cosa ha sido parada por una mayoría de catalanes contrarios a la independencia. A nadie se le pueden exigir heroicidades, y sólo quienes viven en Cataluña conocen la insufrible presión social del nacionalismo, pero conviene recordar que la primera manifestación de catalanes realmente masiva contra este proceso se produjo el 8 de octubre. Es decir, una semana después de la presunta consulta. Hasta ese día la llamada mayoría silenciosa, ante lo ocurrido en el Parlamento catalán los días 6 y 7 de septiembre y en los colegios pretendidamente electorales de dicha comunidad autónoma el día 1 de octubre, fue silente. Soberana, larga y despreocupadamente silente.

Puede que algunos, llevados por este rebrote de cierto orgullo nacional, quieran aprovechar la ocasión para allegar la realidad a sus intereses, o sus deseos, o sus ensoñaciones. Puede que quienes aún creen en la existencia de un espíritu nacional español o quienes piensen que muchos catalanes no tienen por qué arrepentirse de haber reaccionado tarde ante los delirios independentistas de otros, se cuenten la historia de otra manera y ahora vayan repitiendo que quienes han frenado estos delirios fueron los ciudadanos españoles, simplemente armados con las enseñas nacionales colgadas de sus fachadas, o una parte de ellos, los ciudadanos catalanes que, cansados de manipulaciones nacionalistas, por fin un día decidieron proclamar que las calles de sus pueblos y ciudades también son suyas. Pero que no pretendan engañarnos. Dejando a un lado el desentumecedor y decidido discurso del Rey del 3 de octubre, lo cierto es que si los dos principales bancos catalanes no hubiesen aprobado irse de Cataluña sólo unos días después del supuesto referéndum (empujados, claro, por esos clientes que corrieron a retirar sus fondos sin pensar en banderas ni patrias) y, a su rebufo, tantas importantes corporaciones y empresas no hubieran puesto tierra de por medio, la pretendida declaración de independencia nada ni nadie la habría parado. ¿Alguien duda de que si esos bancos y esas empresas hubieran permanecido en Cataluña, y apoyado a su Gobierno autonómico, el día 10 de octubre no se habría proclamado con claridad la independencia?

Las banderas brotadas en las fachadas, recibidas con tanto entusiasmo por algunos, parecen no dejarles ver bien el bosque. No han sido los españoles con sus banderas quienes han frenado (por ahora) esto, ni los catalanes no separatistas con su afán de proclamarse tan catalanes como los otros: ha sido la pela. El temor de las locomotoras económicas asentadas en Cataluña a estrellarse, a arruinarse. Así ha sido, y empuñando la única bandera que de verdad parece regir el mundo (y quizá, bien mirado, sea preferible a otras): el dinero. O dicho con arreglo a esta época que casi nunca llama a las cosas por su nombre: la economía.

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