Pablo Gutiérrez-Alviz

El aparcamiento

La tribuna

8838177 2024-10-01
El aparcamiento

01 de octubre 2024 - 03:07

Confieso que leo las esquelas mortuorias de los periódicos. Tengo ya una edad en la que algunos amigos y compañeros, más que maduros, se anticipan, y van haciendo el paseíllo definitivo. También las observo porque son un fiel reflejo de las nuevas tendencias familiares y sociales. Una esquela, sin perjuicio de su redacción estándar de índole religiosa, contiene la identificación del difunto, una telegráfica semblanza (profesión y otros títulos), sus deudos y, en ocasiones, el epitafio.

Estas convocatorias funerarias se han relajado al identificar al fallecido. A veces, se añaden los motes, tales como El tiritas, El prenda, El jefe, Moñoño y Esplendoroso. Curiosamente, pude leer un Nacho debajo Francisco Javier. Podría ser una confusión, o por cariño con un familiar, pero me temo que sus padres le pusieron ese apodo para que el padrino Ignacio, solterón y rico, le dejara su fortuna al ahijado y falso tocayo. Otros lo bautizan con un nombre, y lo inscriben en el registro civil con otro completamente distinto.

Los títulos y profesiones se confunden con reivindicativos gentilicios y otras extravagancias. Por ejemplo, “buen aragonés, español cabal y padre de sus hijos”. O “excelente suegra y fiel compañera”. También, “hija, hermana, madre, tía y abuela ejemplar”. Incluso, “trovador clandestino y maestro (de muchas cosas)”. En las relaciones personales y familiares caben todas las variantes. Quizá la más llamativa sea la de citar a “su perro y compañero Pepe”. Los escasos epitafios suelen girar en torno a “no os pongáis tristes, me tenía que ir” y “no tengáis prisa, no pienso moverme”. Puedo destacar dos muy recientes, el primero, “descanse en paz…” (con tres enigmáticos puntos suspensivos), y el segundo ponía en agosto, “Feliz Navidad”.

La última y deliciosa novela de David Foenkinos, La vida feliz, cuenta la conocida terapia surcoreana (país en el que menudean los suicidios) de vivir uno su propio funeral. Detalla los trámites de la singular “consulta”: el paciente ha de entregar su esquela mortuoria: nombre y apellidos, semblanza y epitafio; a continuación, en una sala adyacente montan el escenario con los datos suministrados y el usuario, vestido únicamente con un sudario, tiene que tumbarse en el ataúd escogido; y luego, cierran la tapa, y el viviente “muerto” se queda a oscuras “gozando” del silencio sepulcral. Hay unos mínimos agujeros para poder respirar con normalidad. El tiempo de la inmersión mortuoria es libre. Al parecer, con este choque emocional, el resucitado cliente sale renovado y benévolo. Afortunadamente, los terapeutas patrios no están por la labor de meter en (esa) caja el cuerpo de sus pacientes por mucho que hayan aumentado las enfermedades mentales en España.

El citado autor francés destaca que para amar aún más la vida deberíamos incluso morir una vez. Recoge en su texto un original epitafio: “Por fin he encontrado aparcamiento”.

En Venezuela, el dictador Maduro se encuentra deprimido: ha quedado desenmascarado como golpista. En su tiránica trayectoria está acusado de haber cometido crímenes de lesa humanidad y continúa con la violenta persecución de todos los opositores a su régimen. Cuenta con la ayuda de Zp y la cobarde complicidad de buena parte de la izquierda con ciertos tiranos caribeños. En esta tesitura, de entrada, ha declarado que la Navidad empiece el uno de octubre (no es la primera vez que lo hace). Con este motivo el gobierno acostumbra a regalar a comida a la población. Y no sería raro que para reanimar su espíritu acudiera a un centro terapéutico de entierro personalizado. Se identificaría para la posteridad inmediata del siguiente tenor: “Nicolás Maduro. Esplendoroso. El prenda. El jefe. Presidente vitalicio de Venezuela, hijo y padre ejemplar de la patria. Deudos: el solidario pueblo bolivariano, y su compañero y amigo el pajarito cantor Hugo (la reencarnación animal de Chaves). No os pongáis tristes, siempre estaré con vosotros, Feliz Navidad”.

Lo mismo Zp habría acompañado a su amigo Maduro en el tratamiento de marras. La esquela del ex presidente del Gobierno español, mucho más escueta: “El tiritas. Moñoño. Trovador clandestino. Maestro (de muchas cosas). Hombre de paz y padre (político) de Sánchez. Visca Catalunya”.

El golpista Maduro ha de ser derrocado. Habría que entregarlo a la justicia internacional. No me extrañaría que algunos grupos opositores al régimen hayan planeado el tiranicidio; lícito, como ya señaló el padre Mariana en el siglo XVI.

Hay que encontrar un aparcamiento definitivo a Maduro. En Corea (del norte), Bolivia, Cuba o Rusia. Descanse en paz… Y todos contentos (salvo Zp y sus compinches, claro).

stats