Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Símbolos

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En el muy improbable caso de que algún día me llegue a tomar una caña o un zumo de naranja o lo que sea con Mariano Rajoy no se me puede pasar por la cabeza preguntarle si ha leído Rayuela, La peste (la de Camus) o Nocilla Dream, como tampoco me atrevería a conocer su opinión sobre los primeros discos de Pink Floyd, Pretenders o los Beatles, ¿tampoco los Beatles?, tampoco. Y puede que haya escuchado estos discos y leído los libros citados, puede, pero también me extrañaría después de los gustos musicales, culturales, que expone en las redes. Vamos a ver, y seamos claros, y perdone si le ofendo, la letra que ha compuesto Marta Sánchez es mala de solemnidad, un espanto en toda regla, sin sentido, sin coherencia, buscando rimas de parvulario poético. Un dolor para el oído. Vamos, que no hay por dónde cogerla, una cosa. Y lo dice alguien que se declara fan de muchas cosas horrendas, horteras y asalvajadas, porque me divierten, porque me emocionan en su primitiva concepción, por lo que sea, pero teniendo claro, clarísimo, que son horrendas, horteras o asalvajadas. Y una vez al mes, y hasta más, me encanta una buena ración de comida basura, desproporcionada en calorías y paladar y, de vez en cuando, entre sueños, me trago un telefilme basado en hechos reales y alguna que otra noche he bailado, sin gracia y sin desmayo, cualquiera de Gorgie Dann, pues claro que sí. Pero el que a mí me gusten, puntualmente, esas manifestaciones horrendas, horteras y asalvajadas no las convierten en algo con un valor o mérito que no poseen, como tampoco se me ocurriría recomendarlas públicamente, si yo tuviera autoridad o repercusión pública, tal y como ha hecho nuestro presidente, porque nos guste o no es presidente de todos los españoles, con la himnocanción de Marta Sánchez. Vamos, que no permitiría el consumo de comida basura en los colegios, por ejemplo. Por favor, otro WhatsApp no, por favor, que ya me lo han enviado demasiadas veces.

Qué empeño por construir símbolos por analogía o por no sé qué carencia, la mayoría de las veces muy premeditada, planeada, buscando los efectos secundarios y hasta los daños colaterales. ¿Dónde está escrito que los himnos deben contar con su propia letra? Que sí, que nos emociona Buffón en los Mundiales, me parece estupendo, los italianos lo tienen con letra y nosotros no, y no pasa nada, eso no supone que sean más italianos que nosotros españoles, no confunda, por favor. Y lo mismo sucede con la bandera, que ya he comentado en alguna ocasión, lo de los Estados Unidos, que es el gran ejemplo recurrente, no es extrapolable a nuestro país, no, por todos los motivos. Éste es el debate, éste es el nivel, como bien dijo Mariano: ahora no toca hablar de la brecha salarial, como parece que tampoco toca hablar de Catalunya, de que tenemos la mayor deuda de nuestra historia, de que la reforma laboral es una chapuza además de una vergüenza o de que han vaciado la hucha de la Seguridad Social. Como tampoco toca hablar, Mariano, de corrupción, y seguimos siendo gobernados por un partido político sumido en la corrupción, hasta el punto de que es tal la frecuencia de nuevos casos y detenciones que ha dejado de sorprendernos. Y debería seguir sorprendiéndonos. Por lo que parece, ahora toca hablar del himno, sí, así está la cosa, esas son las prioridades de quien nos gobierna.

En Andalucía contamos con un himno con letra, que por cierto no está al alcance de todas las gargantas, pero por eso no deja de ser muy hermoso, y también contamos con una bandera, muy bonita, preciosa, verdiblanca, colores con una descomunal fuerza simbólica. Los símbolos no se imponen, los símbolos, todos, se asumen desde la naturalidad, desde la afectividad, por proximidad, porque te emocionan, porque te rozan la piel. Además, tengamos en cuenta que los símbolos los asociamos a derechos, a conquistas sociales, en la mayoría de las ocasiones, y tal vez por eso a mí, personalmente, me suena tan casposo, tan poco afortunado, todo este asunto del himno, en este preciso momento. Más derechos, no retroceder en conquistas sociales, que hemos retrocedido, y mucho, y menos himnos. Eso sí que no toca ahora.

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