Tribuna

F Javier Merchán Iglesias

Catedrático de Educación Secundaria y profesor de la Universidad de Sevilla

Silencio en las aulas

Mantener el orden en la clase es tarea fundamental que no resulta nada fácil y que muchas veces se impone sobre la tarea propiamente de la enseñanza

Silencio en las aulas Silencio en las aulas

Silencio en las aulas / rosell

Cuando termina el curso escolar el silencio se adueña de las aulas y contrasta con el bullicio que las caracteriza durante el resto del año. Este contraste nos evoca el Informe Talis de 2018, que revela que en España los profesores ocupan el 18% de su tiempo en mantener el orden; es muy probable que sea algo más, pues el gobierno de la clase es una tarea fundamental de la práctica docente, que no se limita a la enseñanza. Universalmente se sobreentiende que para su desarrollo en el aula se requieren unas determinadas condiciones, unas pautas de comportamiento de los alumnos, un clima apropiado que es el que, en definitiva, llamamos el orden de la clase. A riesgo de simplificar en exceso, puede decirse que ese orden se caracteriza, en primer lugar, por la quietud. Para cualquier profesor, o cualquier observador ajeno, resulta inviable una clase en la que los alumnos se mueven de un lado para otro a su antojo, entran y salen… La quietud no es exactamente que los alumnos no puedan moverse en el aula, sino que lo hagan cuando y a donde el profesor les autorice.

El orden de la clase se caracteriza, en segundo lugar, por el silencio. Tampoco es imaginable una clase en la que los alumnos hablan constantemente entre ellos. De hecho, a veces, la mayor o menor destreza del docente se valora por los propios compañeros en función del nivel de ruido de sus clases. Aquí tampoco hay que pensar que el orden significa un silencio absoluto, no es que los alumnos no hablen nunca, sino que hablen cuando lo autorice el profesor y de aquello que es pertinente en el desarrollo de la enseñanza.

Finalmente, un tercer rasgo, que caracteriza el orden de la clase, y resume a los dos anteriores, es el de la obediencia. Es muy difícil gobernar la clase si los alumnos no siguen las instrucciones que le dan los profesores. Abrir el libro por tal página, hacer para mañana tales ejercicios, responder una pregunta… son órdenes que requieren la colaboración de los alumnos para que sea posible la enseñanza.

Mantener el orden en la clase y procurar que ocurra lo que se ha dicho en los párrafos anteriores es tarea fundamental que no resulta nada fácil y que muchas veces se impone sobre la tarea propiamente de la enseñanza. No resulta fácil porque este orden no se produce de manera natural. Mientras que los pacientes se comportan como pacientes cuando van a la consulta médica -y, por ejemplo, no ponen los pies sobre la mesa del doctor-, generalmente los alumnos no se comportan como alumnos en la clase, sino como niños y jóvenes. De forma natural tienden a moverse -les cuesta estar quietos varias horas seguidas-, tienden a hablar con los compañeros de sus cosas -pues les gusta la vida social que la escuela les proporciona- o, en fin, tienden a desobedecer, pues tratan de afirmar su personalidad frente a los autoridad de los adultos. De manera que mientras que el médico no tiene que ocuparse del comportamiento del paciente, el profesor sí tiene que hacerse cargo de que niños y jóvenes se comporten como alumnos, es decir, de mantener el orden en la clase.

El informe Talis se refiere al tiempo en que de manera explícita los docentes se ocupan del asunto. En estos casos, se trata es de abordar las numerosas situaciones en las que el orden se ve alterado, lo que se hace mediante recursos como mandar callar, advertir a los revoltosos, incoar un parte disciplinario o enviar al díscolo a instancias superiores. Son estrategias de contención que, como todos los docentes saben, no pueden utilizarse de forma ilimitada. Junto a estas se hace necesario producir el orden, es decir, no sólo mandando callar a los alumnos, sino procurando que no hablen, para lo que es de gran utilidad la realización de trabajos rutinarios que los mantenga ensimismados y en silencio. De esta forma, el mantenimiento del orden no sólo tiene consecuencias explícitas en las tareas del docente -mandar callar-, sino otras implícitas en el tipo de actividades que se desarrolla en el aula y que no se contabilizan en la estadística.

La práctica de la enseñanza -es decir, lo que ocurre en el interior de la clase- es un asunto muy poco transitado por la investigación educativa y ajeno a las preocupaciones de la administración. Sin embargo, entender las reglas que gobiernan el quehacer diario de alumnos y profesores en el aula, es requisito imprescindible para siquiera pensar en estrategias y políticas de mejora de la educación. El Informe Talis nos pone en la pista de que el mantenimiento del orden es una de ellas.

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