Tribuna

José Antonio González Alcantud

Catedrático de Antropología

Saqueo en el Louvre

Es grave que el chalaneo que se trae Francia con los Emiratos Árabes, y su célebre Louvre de Abu Dhabi, haya implicado en las últimas semanas a prestigiosos museógrafos

Saqueo en el Louvre Saqueo en el Louvre

Saqueo en el Louvre / rosell

El capitalismo inmaterial hoy en su más alto grado de sofisticación es culto al arte. Los coleccionistas plutocráticos emplean sin pudor sus excesos de liquidez en inversiones en cuadros y antigüedades, como una apuesta mejor que la bolsa. Lejos quedan aquellos coleccionistas, como Kahnweiler y Vollard, que lanzaron a las vanguardias de principios de siglo en París, y que tenían un criterio estético experto amén de buen ojo comercial.

Además de la ignorancia, madre de los dislates, en el camino de la avaricia artística contemporánea se interpone un hecho inquietante: los bienes nacionales. A raíz del vandalismo de finales del siglo XVIII sobre las tumbas reales de la Abadía de Saint-Denis, los revolucionarios franceses adoptaron medidas protectoras que a lo largo de los siglos han procurado que la mayor parte de los bienes de la realeza pasen a ser patrimonio de la nación. A ello se añade que el proyecto de Napoleón I, continuado por sus sucesores, fue hacer de los museos de París, más en particular del Louvre, un conservatorio de todas las culturas humanas, muertas y vivas. Un hito en esa política fue la expedición napoleónica a Egipto que nutrió al propio Louvre de innumerables antigüedades egipcias.

Toda esta política de concentración patrimonial, propia y ajena, ha convertido a Francia en un reservorio mundial de las culturas. Todavía en 1931 el recién nacido Museo del Hombre, que agrupaba las colecciones coloniales de África y Oceanía, enviaba la expedición Dakar-Yibuti a hacer un nuevo acopio de objetos. Ha sido tal la acumulación objetual, de antigüedades arqueológicas y objetos "primitivos" habida en Francia y otras metrópolis de Occidente que en el mercado ha quedado poca cosa para comerciar. Por eso, en los años dos mil un comerciante de objetos africanos, Kerchache, consciente de la escasez de objetos, convenció al presidente francés, Chirac, llamado El Africano por su apasionamiento por las estatuillas negras, para liberar algunas colecciones. La maniobra, en fin, complicada de contar, tenía como finalidad que parte del botín amasado saliese de los almacenes de la República, y pudiese fluir en los mercados. No sé si lo consiguieron o no, pero intención hubo.

Ahora todo esto vuelve a la actualidad. Primero porque hace tiempo Malí cogió in fraganti al propio Chirac, cuando Villepin, colaborador directo suyo, para ganarse su favor, en su cumpleaños le regaló una estatuilla, que luego resultó ilegalmente sustraída de aquel país. Los países africanos, a raíz de aquel acto fallido presidencial, comenzaron a reivindicar sus cosas, saqueadas en el período colonial. Macron ha prometido reiteradamente devolvérselas, no sin controversia interna. En su desfavor pesa el que el surtido de guerras actuales, en particular la siria y afgana, tras las destrucciones de Palmira y Bamiyán, han dado vuelo a quienes se alegran de los expolios arqueológicos y etnológicos del periodo colonial hayan permitido tener a buen recaudo el botín en los museos de París.

Empero, ahora lo grave es que el chalaneo que se trae Francia con los Emiratos Árabes, y su célebre Louvre de Abu Dhabi, haya implicado en las últimas semanas a prestigiosos museógrafos y eruditos en el tráfico internacional de obras de arte. La investigación en curso contra el ex director del Louvre y dos egiptólogos -el director de la sección correspondiente, y el detentador de la cátedra de Egipto del Collège de France- ha sacado los colores al país del patrimonio.

Nada me extraña, habida cuenta de los antecedentes. En mi experiencia personal consta que estuve en un acto académico en una conocida universidad francesa y, cuando este principiaba, una mano caritativa cerró la puerta, mientras me susurraban al oído, pidiéndome comprensión, que el señor galo que hablaba era el encargado "de compras" de un museo sito en un rico país árabe. En segundo lugar, cada vez que voy al Louvre, me quedó alucinado al mirar la arqueta califal de Córdoba llamada del príncipe al Mughira, la pieza islámica más importante del Louvre, que fue vendida por 30.000 francos oro por un catedrático granadino en su exilio decimonónico "para poder vivir". Así están las cosas de enrevesadas, y espero que la Francia actual tome buena nota y ponga orden en su casa patrimonial, porque la estamos mirando todos: son nuestro espejo, aunque sea deformante.

Sea casualidad o no el mismo día que conocíamos este detalle un señor arrojaba una tarta a la vigiladísima Gioconda. Súper protegida tras aquel célebre episodio de 1911, en una buena noche desapareció de su sitio, y se acusó rocambolescamente de la sustracción incluso a Picasso. Luego resultó ser el ladrón un nacionalista italiano que consideraba la obra de Leonardo parte del expolio francés. La estupefacción fue total. No podemos negar que el patrimonio está en el centro de los problemas de nuestro tiempo.

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