Tribuna

Juan Ramón Medina Precioso

Biólogo y escritor

Rull y el separatismo

Rull y el separatismo Rull y el separatismo

Rull y el separatismo / rOSELL

El 14 de febrero falleció repentinamente Luis Rull, catedrático emérito de Física Atómica de la Universidad de Sevilla. Acudió al tanatorio el profesor Moreno, que había sido senador socialista. En su persona, toda una rama del socialismo andaluz, desde Manuel del Valle y Valeriano Ruiz a Rodríguez de la Borbolla, se despedía de Rull. Lo agradezco.

No tuvimos una relación asidua, pero coincidimos en varios de los hitos que marcaron nuestras respectivas trayectorias políticas e intelectuales. Llevamos unas vidas tan paralelas que llegó a confesarme que quizás debería haber estudiado Biología, pues le gustaba mucho la Genética, sintiéndose capacitado para hacer aportaciones de interés en ese campo. No lo dudo.

Primero nos juntamos en nuestra común oposición al franquismo desde posiciones democráticas. No nos gustaba la dictadura, amábamos la libertad y, acogiéndonos al entorno del eurocomunismo, que se había alejado de la ortodoxia comunista para asumir convicciones democráticas, conspiramos en sinergia contra el franquismo. En una segunda fase, seguimos ilusionados con la posibilidad de que la recién formada Izquierda Unida representase una nueva forma de hacer política, en la que la libertad fuese un valor primordial. Vana pretensión: al igual que había ocurrido en el PCE, los llamados "prosoviéticos", de los que eran sendos líderes ilustres el veterano Ignacio Gallego y el menos veterano Manuel Monereo, se hicieron con la dirección estratégica del proyecto, del que, casi simultáneamente, Rull y yo nos distanciamos. Él de forma más discreta y yo renunciando públicamente a ocupar el escaño que me correspondía en el Parlamento andaluz para cubrir el hueco dejado por el promocionado Julio Anguita, sellamos amistosamente nuestra separación de aquel movimiento. No nos había gustado la dictadura franquista, pero tampoco nos gustaban las dictaduras comunistas, ya fuese la rusa, la china, la albanesa, la coreana o la cubana. Recuerdo una breve conversación con Rull en la que nos mostramos de acuerdo en que, si bien el capitalismo se plasmaba en ocasiones en inaceptables dictaduras, como la de Franco, la de Pinochet o la de los generales argentinos, en otras muchas ocasiones se plasmaba en democracias, como la británica, la sueca, la francesa o la estadounidense, mientras que, por el contrario, no podíamos citar ni un solo país en el que se hubiese logrado combinar la democracia con el comunismo. En todos ellos se esfumaban la libertad de prensa, la de expresión, la de sindicación, la de constituir partidos políticos y, en general, todas las libertades típicas de las democracias representativas. La cosa estuvo clara para ambos.

No en el sentido de aleatoriedad, sino en el de simultaneidad, una nueva coincidencia se dio entre nosotros cuando aceptamos participar en la famosa movida, Andaluces por el cambio, en apoyo a la candidatura del popular Javier Arenas, el león de Olvera, a la presidencia de Andalucía. No nos movía, y así lo hablamos, ninguna clase de odio al socialismo andaluz, sino más bien la convicción de que la alternancia en el poder era deseable, pues lo permanencia ilimitada podía propiciar corrupción y clientelismo. No andábamos demasiado desencaminados, pues hoy están condenados por prevaricación los presidentes socialistas Chaves y Griñán -este segundo, también por malversación, lo que lo habría conducido a la cárcel de ser ya firme la sentencia-. No creo traicionar la memoria de Rull si me atrevo a pedir el indulto para ambos, pero llevábamos razón: la larga permanencia en el poder había propiciado la formación de redes corruptas y clientelares. Aunque Arenas obtuvo un excelente resultado, no pudo gobernar; en su lugar, ahora lo hace Bonilla y, como es bien conocido, Rull estuvo dispuesto a colaborar con su Gobierno, decepcionándolo que no encontrasen un hueco desde el que aportar su entusiasmo y sus conocimientos sobre el sistema universitario y de investigación, que no en vano nunca fue otra cosa que un profesor e investigador en dedicación exclusiva, que desempeñó varios años el decanato de su facultad.

La última conversación política que mantuve con Rull versó sobre la amenaza que suponían para nuestra amada democracia española los movimientos sediciosos separatistas que estaban teniendo lugar en Cataluña y en el País Vasco. Ambos compartíamos el ideal de una España federal, que no multinacional. Ambos creíamos en la necesidad de perfeccionar la estructura autonómica del Estado para delimitar claramente las competencias de las regiones y de la administración central, a reforzar. No lo hablé con él, pero me arriesgo a decir que habría estado de acuerdo en que el PP y el PSOE llegasen a un acuerdo para dejar gobernar a la lista más votada en cada sitio, lo que evitaría los pactos de los socialistas con los separatistas y los de los peperos con Vox, que, de otro modo, serán inevitables. Desde esa convicción, descanse en paz el cuerpo de Rull y viva glorioso su espíritu.

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