Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Repasar el pasado

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Repasar el pasado

Que el pasado siempre vuelve es una evidencia que no necesita de demostración: son miles los ejemplos ilustrativos. Nuestro pasado personal, el que tenemos como sociedad o país, el pasado de toda la humanidad. Me contaba el otro día Juan Luis Arsuaga, el paleontólogo, entre café y café, que convivimos con la prehistoria, que está más presente de lo que muchos imaginamos. Y me lo explicó con un par de ejemplos que me dejaron estupefacto. No somos más creativos que los pintores de Altamira, me dijo, y yo me quedé pensando en la economía, simpleza y precisión de su narrativa en las paredes de la cueva. Porque Altamira es una novela gráfica que seguimos leyendo en el Siglo XXI, no sé cuántos millones de años después. Y lo mismo nos sucede con Atapuerca, los dólmenes de Antequera o el hombre de Orce. No terminamos de asimilar el concepto de tiempo, de lo poco que representa este espacio nuestro en el global, y reconocemos como pasado solo unos cuantos años atrás. El pasado siempre vuelve, de un modo u otro, insisto, y lo puede hacer de muy diferentes modos. Patria, la serie creada al resguardo del éxito literario de Fernando Aramburu, es una recreación de un pasado que algunos consideran cerrado, para otros muy lejano y muy presente para unos cuantos. Hubo quien se llevó las manos a la cabeza por los resultados de una encuesta, reciente, en la que se reflejaba el escaso conocimiento de los más jóvenes acerca de ETA, así como de algunas de sus víctimas más "célebres". El resultado de esa encuesta tiene un componente positivo: la banda terrorista ya no forma parte del presente, no tiene actividad, no es un elemento que nos preocupe a día de hoy. Y recuerdo muchas encuestas durante muchos años en las que los asesinos ocuparon los primeros puestos, entre las preocupaciones de los españoles. Hoy no.

Resulta llamativo que quien se escuda en no sé cuántas teorías para no mirar hacia atrás, con respecto a la Guerra Civil y la Dictadura, valiéndose de argumentos de dudosa credibilidad y lógica, en muchos casos, no mantienen la misma postura cuando se habla del terrorismo etarra. Lo traen y lo llevan al presente con pasmosa facilidad, no les falta ocasión, ya sea en el Congreso, en cualquier tertulia o como comodín cuando hay que tirar de reproches y ya se ha acabado el argumentario establecido. Si le preguntáramos a Arsuaga, que sí tiene en su cabeza otra dimensión del tiempo, no dudaría en respondernos que tanto el franquismo como ETA son de ayer, que apenas ha pasado tiempo. No son prehistoria, no, pero tampoco deben condicionar el presente hasta el punto de seguir convirtiéndolos en grandes protagonistas del hoy. Deben permanecer en la memoria, a modo de alerta, de aviso, como una lección que no queremos volver a repetir. Porque el futuro se construye aprendiendo de los errores del pasado, y para eso es necesario reconocerlos, pensarlos, analizarlos y aplicarles las oportunas medidas correctoras. Hablamos de construir, siempre de construir, de seguir trazando el camino. Y claro que habrá pendientes, y curvas y baches, y hasta zonas de peaje, pues claro, pero lo daremos por bien empleado si seguimos avanzando, que es de lo que se trata.

Vuelvo a Patria. Tal y como me sucedió con la novela de Aramburu, y como escribí en este mismo periódico, le encuentro más valores pedagógicos que creativos. Es decir, creo que naturaliza y verbaliza una cuestión que durante décadas no ha formado parte del debate público, que ya es bastante. Una obra literaria, o audiovisual, puede tener otros muchos valores, más allá de los intrínsecos de su género. En este sentido, no es poco lo que consigue Patria, ni mucho menos. Me olvidé de preguntarle a Juan Luis Arsuaga sobre este asunto, como de otros muchos, que cuando hablas con alguien que tiene esa dimensión del tiempo te quedas como aturdido, por no decir en blanco. Porque, claro, yo, tan sumido en este presente, en sus cosas, en nuestros personajes de cada día, pues como que no ves hasta dónde se estira la goma de los tiempos. Y es que se estira, mucho, y no se rompe. Tal vez sea la gran habilidad, o la única habilidad, estirar la goma mientras podamos, o mientras nos dejen, y mantener una prudente distancia con el pasado, teniendo claro que siempre vuelve. De un modo u otro.

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