Tribuna

Pablo gutiérrez-alviz

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Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, quiere controlar el poderío parlante de las máquinas con el proyecto LEIA (Lengua Española e Inteligencia Artificial)

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Desde hace tiempo las máquinas nos hablan dando órdenes con voz monótona y mecánica cortesía. Al entrar o al salir de un aparcamiento público, el conductor de un coche en marcha puede escuchar, "por favor, pulse el botón, bienvenido" o "aproxime el tique, buen viaje". Y ya en la calle o en la carretera es guiado a cualquier destino por la traducción verbal del GPS, aplicación tecnológica que también se equivoca como si fuera humana. La Inteligencia Artificial se va perfeccionando y dos buenos ejemplos serían Siri y Alexa que hacen las veces de asistentes personales y resuelven las dudas, en tiempo real, de cualquier interlocutor de carne y hueso.

Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, quiere controlar el poderío parlante de las máquinas con un admirable proyecto denominado LEIA (Lengua Española e Inteligencia Artificial); el objetivo es que los productos de las grandes multinacionales tecnológicas de comunicación social hablen en español y que, además, lo hagan con corrección académica.

En la actualidad, una persona algo solitaria puede hablar con una máquina más que con otro ser humano. Imaginemos la jornada de Sandalio, un prejubilado cincuentón que se acaba de divorciar y que no nada en la abundancia. Recién mudado a un pequeño apartamento en el extrarradio, tiene el coche en el taller. El primer día de su flamante estado pretendía dar un largo paseo, comer con un amigo en un pueblo cercano y hacer una gestión doméstica.

Durante la caminata por su nuevo barrio no pudo charlar con nadie. Algo contrariado recogió el automóvil que le había prestado su hijo Aquiles para ir a la comida comprometida con tan mala suerte que, a los pocos metros, el vehículo empezó a echar humo y se paró. Buscó los papeles para llamar a una grúa, pero no los encontró. A continuación, contactó con su hijo, quien le dijo que había olvidado decirle que se los habían robado y que creía que tenía el seguro con una determinada compañía.

Sandalio llamó al primer teléfono que encontró por internet de la aseguradora y salió un contestador automático que le advirtió del coste de la llamada, de que iba a ser grabado, de la política de privacidad y de que la empresa patrocinaba una extraña competición deportiva. Luego la máquina le pidió que marcara el DNI del tomador del seguro. Como desconocía el número del carnet de su hijo, tuvo que colgar después de casi cinco minutos de conexión: un dineral para nada.

Consiguió los datos de Aquiles y volvió a telefonear a la compañía, cuya artificial inteligencia le repitió todo hasta que, por fin, lo pasaron con un "gestor", quien se identificó como Eva, desde Tenerife, dulce y agradable. Y muy positiva, le aseguró que en una "horita, más o menos" estaría la grúa recogiendo el coche. Sandalio tuvo que anular la cita y regresó a su domicilio andando, sin cruzar palabra con ningún viandante.

Tras una comida casera precocinada, intentó contratar por teléfono un suministro doméstico y el contestador automático le dijo lo habitual (que la conversación sería grabada, etc.); y a renglón seguido: "Si ya es cliente, pulse 1; si es un alta de no cliente, 2; contrato de mantenimiento, 3; información 4". Tecleó el 1 y saltó: "Nuestros agentes están ocupados, por favor, llame en unos minutos". Insistió varias veces con idéntico resultado.

El constante silencio de la tarde se interrumpió al anochecer por el sonido del móvil. Sandalio, que tenía el ánimo por los suelos, pensó que sería la llamada de algún familiar o amigo. Desgraciadamente, escuchó otra voz enlatada que le preguntaba por el grado de satisfacción respecto a las atenciones recibidas por el operador de la grúa. Le rogaba que lo calificara: "Marque del 1 al 5, siendo 1 muy negativo y 5 muy positivo; después formule cualquier sugerencia". Pulsó el 1, y vino a decir que solo salvaba del pésimo servicio (la grúa tardó más de dos horas) a Eva por su voz seductora.

En pocos años la Inteligencia Artificial sustituirá al ser humano en las comunicaciones comerciales, pero será muy difícil que llegue a programar la capacidad de improvisación y la empatía de una persona. Me temo que las grandes compañías solventarán la reticencia de la clientela mediante una original y rentable fase transitoria. El contestador automático diría: "Si quiere ser atendido por un ser humano, esta llamada tendrá un coste de 2 euros al minuto, pulse 1; de lo contrario, la llamada será gratuita, espere y le atenderemos en breve (seguido de música)".

El "gratis total" nos hará amigos de las máquinas aunque hablen con frialdad, sin garbo. Eso sí, gracias al proyecto LEIA ya se expresarán en un correcto español.

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