Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Presunción de inocencia

Debemos aferrarnos a la presunción de inocencia, respetarla; nadie merece ser condenado sin antes haber sido juzgado

Presunción de inocencia Presunción de inocencia

Presunción de inocencia

He visto recientemente la serie documental sobre el caso Arny que han estrenado en una plataforma de televisión y solo he podido sentir vergüenza e indignación, y mucho asco. Por el procedimiento judicial, por el tratamiento ofrecido por algunos medios de comunicación, por el comportamiento de determinados (y supuestos) defensores del orden y, sobre todo, por la reacción de buena parte de la sociedad. Porque agarramos la bandera de la presunción de inocencia y la quemamos en la primera hoguera que nos encontramos. Cierto que nosotros, como sociedad, no encendimos las hogueras, no fuimos la chispa, pero bien que las alimentamos, y en muchos casos arrojamos gasolina a las llamas.

El documental me ha servido para recordar aquellos tristes e infames momentos, de lo que acabó siendo una auténtica caza de brujas hacia el colectivo homosexual. Porque durante meses, elucubramos con más posibles culpables que añadir a la lista. Lo recuerdo perfectamente. Buscamos homosexuales declarados o no (en ese tiempo las puertas del armario permanecían todavía muy cerradas, incluso encajadas) que pudieran formar de ese ejército de depravados y monstruosos seres que nos contaban en determinados medios de comunicación. A los que realmente estábamos crucificando, literal y materialmente, por su condición sexual, y no por haber mantenido relaciones con menores, supuestamente.

Y los bulos corrieron y se amplificaron como el fuego que empuja el viento. Me contaron, dando como absolutamente ciertas, orgías de sexo y drogas en célebres establecimientos de Sevilla y sus alrededores. Me desvelaron, como si se tratara de uno de esos secretos que solo se comparten con el mejor amigo, nombres de personas muy conocidas, muy públicas, involucradas, y que los poderes establecidos estaban tratando de ocultar. Me narraron situaciones que alguien cercano había visto, con sus propios ojos, encuentros y situaciones deleznables, tal vez ese mismo que se escondió en el armario para ver el célebre vídeo de Ricky Martin. Y puede que a usted también le contaran lo mismo.

Hubo personas, públicas, pero sobre todo personas de carne y hueso, con familias y amigos, con relevancia pública, con profesiones relacionadas con su imagen, a las que el caso Arny les costó muy caro. La muerte de familiares. Años de depresión, de intensos tratamientos psicológicos. Dinero, reputación, contratos cancelados. Todo eso pasó, de la manera más impune y rocambolesca, como el tiempo demostró después y solo porque no se respetó la presunción de inocencia. Algo que debería ser sagrado, que nunca debería vulnerarse, y que se vulneró como si tal cosa, sin tener en cuenta las vidas de los afectados. Por el morbo, por el chisme, por querer construir un nauseabundo culebrón de mentiras con el que divertirnos, en nuestro particular circo romano, donde los leones son el qué dirán, cuando el río suena y el ya decía yo.

Durante años, cuando iba a recoger a mis hijos al colegio, coincidía con un político acusado de esta implicado en un caso de corrupción. Pude ver con mis propios ojos como a ese hombre, que en ese tiempo estaba acusado, la mayoría ya lo había condenado. Presencié en esos años escenas grotescas, miradas desafiantes, comentarios ofensivos en voz alta para que las escuchara el susodicho y todo tipo de insultos. Hoy, ese hombre, condenado y maltratado por sus propios vecinos, ha sido absuelto en todas las causas de las que formaba parte. Y aún así, para muchos, aunque varios jueces hayan dicho lo contrario, ese hombre sigue siendo un delincuente y un corrupto.

Yo no sé cómo actuaría en el caso de ese hombre, o en el de todos los acusados en el caso Arny, lo que sí tengo claro es que no se lo deseo a nadie, ya que debe tratarse de las situaciones más terribles que te pueden suceder en la vida. Por eso debemos aferrarnos a la presunción de inocencia, respetarla, jamás vulnerarla, porque cualquier día podemos ser nosotros, su hermano, amigo o padre, usted mismo, yo, el señalado por el dedo. Y nadie merece ser condenado sin antes haber sido juzgado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios