Tribuna

Óscar eimil

Jurista y escritor

Papá Noel vestido de otoño

Papá Noel vestido de otoño Papá Noel vestido de otoño

Papá Noel vestido de otoño / rosell

El día 17 de junio de 1930 amaneció nublado en Washington D.C. Uno de esos días húmedos, cálidos y pesados que tan frecuentes son por aquellas latitudes en el inicio del verano.

A media mañana, en el majestuoso edificio del Capitolio, Reed Smoot, apóstol de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y senador por el estado de Utah, se dirigía desde el atril a la Cámara para defender su proyecto de ley de aranceles -Tariff Act- que sería aprobado a lo largo del día por una amplia mayoría.

La ley, elaborada para intentar proteger a la industria y a la agricultura norteamericanas, y que elevaba los aranceles a unos 20.000 productos importados hasta unos niveles que llegaron al 60%, fue apoyada por el propio presidente Herbert Hoover, y era una de las respuestas que había articulado el Partido Republicano para hacer frente a la grave crisis económica que se había desatado en el país tras el Jueves Negro de octubre de 1929: día en el que, con el crack de Wall Street, comenzaron a caer literalmente chuzos de punta en el distrito financiero de Nueva York, en forma de banqueros e inversores tirándose desde las ventanas de los edificios cercanos.

Los cuatro o cinco meses siguientes a su entrada en vigor, las cosas no fueron del todo mal para la economía norteamericana que, a costa de sus vecinos, pareció comenzar a salir del hoyo en que se encontraba. Precisamente, durante el tiempo en que tardaron en reaccionar las otras economías desarrolladas. Porque tan pronto como lo hicieron y subieron a su vez los aranceles sobre los productos norteamericanos en represalia, el desastre que se desató en la economía mundial fue de unas proporciones que muy pocos imaginaban.

Las importaciones norteamericanas cayeron un 40%, pero sus exportaciones lo hicieron en un 60%. Resultado de todo ello fue una caída del PIB del 30% en cuatro años, un incremento del desempleo hasta el 25% y un 40% de las entidades bancarias norteamericanas quebradas.

El presidente Hoover pronto cayó en la cuenta de su error. Primero, cuando pudo observar desde la ventana de la mismísima Casa Blanca cómo se iba formando en los jardines de la Avenida de Pensilvania un enorme poblado de chabolas en las que vivían millares de personas desesperadas -los Hoovervilles, como sarcásticamente les llamaban-, y después, cuando, en 1932, perdió la presidencia a manos de Franklin Delano Roosevelt por goleada.

El final de esta historia la conocen bien. Auge de los populismos en Europa, exacerbación de los nacionalismos, guerra mundial y devastación total, hasta que en 1944, en Bretton Woods, los países desarrollados pactaron que en adelante ninguno de ellos procedería a la fijación unilateral de aranceles a la importación.

Vivimos estos días en nuestro país un momento extraordinariamente difícil. En lo político, por la irresponsabilidad de unas personas que cobran de nosotros un sueldo para buscar soluciones y que, lejos de ello, no hacen otra cosa que generar problemas, y en lo económico, donde la máquina de hacer billetes parece haberse parado de golpe a partir del verano. Es, en este sentido, muy posible, por lo que señalan los indicadores avanzados, que la economía española esté creciendo en este momento poco -0,1% o 0,2% trimestral- o nada.

Lejos de sentirse concernidos por ello, los políticos, y muy especialmente el inefable doctor Sánchez, que es el que más está haciendo campaña, o al menos, el que sale a todas horas en periódicos varios, cadenas de televisión y de radio, parecen no querer coger el toro por los cuernos para decirle con franqueza a los españoles lo que realmente está pasando.

Nos enfrentamos a una situación económica muy complicada e inédita desde hace casi un siglo -terra ignota-. Hasta el punto de que los 600.000 millones de dólares en que ha calculado el daño hace unos días la gerente del FMI parecen cacahuetes viendo los siniestros personajes que hoy dirigen la economía mundial: Trump, Johnson, Macron, Putin, el chino, y compañía; unos tipos que están donde están fruto del total desbarajuste que en Occidente ha provocado la gran crisis mundial.

Mientras, en España, Papá Noel Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, recorre nuestros pueblos y ciudades anunciándonos, como si esto fuese un parvulario, la buena nueva de las muchas mercedes que vamos a recibir si le votamos: mejores pensiones, mejores subsidios, mejores sueldos y muchos peces de colores en forma de feminismo, ecologismo y progresismo.

Al tiempo que lo hace, sin caer en la cuenta de que, cuanto más se enseñe en público, más grande y sonoro será el batacazo, yo no dejo de acordarme de aquello que dijo un día Josep Plá mientras miraba arriba y abajo paseando asombrado por Times Square, en el centro de Nueva York: "Oiga, y todo esto, ¿quién lo paga?".

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