Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Pablo García Baena, Centenario

También tendríamos que adoptar, imitar, ese espíritu que empujó a ese grupo de jóvenes poetas y pintores a no conformarse con la realidad que les había tocado en suerte

Pablo García Baena, Centenario Pablo García Baena, Centenario

Pablo García Baena, Centenario

Tendría que haber cumplido 100 años el pasado 29 de junio, coincidiendo con su onomástica, y casi lo logra. Para celebrar tan significativa fecha, diferentes instituciones cordobesas, así como el Centro Andaluz de las Letras, de la Junta de Andalucía, especialmente, han celebrado diferentes actos, publicaciones y exposiciones en los últimos días. Actos que continúan esta semana en Málaga, que también fue su ciudad, la Costa del Sol, sobre todo, un lugar donde tanto encontró y que tan importante fue en su vida. La cercanía, el que lo sigamos contemplando como vecino, paisano, silencioso y observador recorriendo las calles de Córdoba o de Málaga, no debe impedir que lo situemos en el lugar que se merece, como uno de los grandes poetas en español del Siglo XX. Un poeta escondido, sumergido en el olvido durante años, pero felizmente recuperado a partir de los años 70, gracias a la perseverancia de los jóvenes poetas malagueños (Infante, Ortiz o Inglada), que no dudaron en convertirlo en una referencia ineludible, y gracias a la labor del profesor y poeta Guillermo Carnero, muy especialmente, que lo trasladó al ámbito del estudio, académico, haciendo de puente con los Novísimos, que también lo incorporaron a su santuario poético. Luis Antonio de Villena, gran amigo de Pablo, realizó una labor esencial, recuperando su poesía y ofreciéndola a una nueva generación de lectores.

Si retrocedemos en el tiempo, a esos áridos, duros y feos años 40, nos encontramos al joven Pablo García Baena ya infectado por el veneno de la poesía. Con sus amigos, los hermanos Liébana, Josefina y Ginés, crean cuadernos en los que reproducen sus primeros poemas y dibujos. En la Biblioteca Provincial conoce con Juan Bernier, que lo incluye en la tertulia que frecuentaban, junto a Ricardo Molina, Julio Aumente y Miguel del Moral, en torno a la música, que les descubría el profesor del Conservatorio Carlos López de Rozas. Recorren las tabernas de la ciudad o frecuentan los muchísimos cines de la ciudad en aquel tiempo, convertidos en la Peña Nómada. Casi en la clandestinidad, pasan las horas en el Cuarto del Diablo, leyendo todos esos libros que no encontraban en los anaqueles de las bibliotecas. Gide, sobre todo, que les mostró un mundo posible de libertad. Decidieron presentarse, todos al mismo tiempo, al ya entonces prestigioso Premio Adonáis, que no ganaron, y el sentirse no "incluidos", a propuesta del siempre inquieto y bullicioso Ricardo Molina, les llevó a crear la revista Cántico, como una forma de mostrarse y conectar con los poetas y los movimientos poéticos del momento. Y lo consiguieron, pero no de la manera que hubieran deseado. Esa sensación de no alcanzar el objetivo, junto a la de sentirse apresado en un mundo que no era exactamente el suyo, es lo que propicia que Pablo García Baena se traslade a la Costa del Sol y abandone durante unos años la poesía. Y allí, en el Mediterráneo, lejos pero acogido, aceptado, Pablo se sintió libre y feliz.

Y cuando creía que su tiempo había pasado, como un poderoso e inevitable eco, la poesía de Pablo García Baena, de todo el Grupo Cántico, ya por fin denominado, ocupó el lugar ignorado durante tantos años. En su centenario, se reivindica su legado, que ya es de acceso público, gracias a la generosa donación de la familia, pero también tendríamos que adoptar, imitar, ese espíritu que empujó a ese grupo de jóvenes poetas y pintores a no conformarse con las realidad que les había tocado en suerte. En su momento, creyeron que no lo consiguieron, pero todo fuego arroja sus brasas, que permanecen encendidas cuando la llama ha desaparecido. Y el tiempo pone a cada cual en su lugar. Celebrar el centenario de un poeta, de Pablo García Baena en este caso, es reconciliarse con el tiempo, reparar olvidos y transmitir emociones que creíamos dormidas, pero que siguen ahí, esperando.

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