Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Otoñear

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Otoñear

Si algo estamos demostrando en los últimos años es que somos únicos transformando en verbo todo lo que nos interesa conjugar (vivir/hacer), bien porque el sustantivo se nos queda corto, cortísimo, bien porque nos gusta modelar y hasta maltratar nuestro idioma. Vaya usted a saber. Y la publicidad lo sabe, pero no seré yo el que repita los más significativos ejemplos. Hoy vamos a otoñear, que es lo que toca. En otoñear cabe que te salgan canas, hasta que te duelan las rodillas y que la presbicia sea tu nueva compañera, pero eso es demasiado metafórico. Vayamos al otoño concreto, a la estación que se nos colado en el calendario y en el ambiente, y afortunadamente, también, en el termómetro. Volver a ponernos los calcetines, o cambiar su largo -que los tobilleros se han impuesto-. Adiós al café con hielo, hasta la primavera que viene. Ducha con agua caliente, que desde mayo ando con la fría. Bajamos la olla exprés del altillo, los cocidos, lentejas y guisos varios han vuelto. Pronto recuperaremos la mesa camilla, que ya vamos cerrando las ventanas, que entra fresco. Cómo buscamos la sabanita por la madrugada. Nos planteamos cambiar el armario, que es una expresión muy nuestra, porque en realidad cambiamos el interior, el mueble, lo que se dice el armario, normalmente sigue siendo el mismo, salvo mudanzas y demás renovaciones. Y ya sólo nos quedaría, para asumir y aceptar y acatar que es otoño, y que después llegará el invierno, el cambio de hora, que vendrá a finales de octubre. Durante los días previos, como acostumbramos, discutiremos, dudaremos, reflexionaremos y despotricaremos de esta medida que nos han tratado de explicar cien veces, puede que más, y que seguimos sin entender. Y me temo que este año el debate será más virulento, que se mete por medio la reina de todos los debates actuales, la electricidad, ya que supuestamente cambiamos de hora por ahorrar.

A mí me gusta el otoño cuando es otoño. Cuando no pasa de simulacro, de apenas una casi instantánea separación de las estaciones, no me gusta nada. Es más, lo aborrezco. No hay nada que menos soporte que esos días con luz de invierno y temperatura de verano. Volveremos a suspirar y retahilar -que es otro verbo de nueva generación- en esos días de finales de octubre o de principios de noviembre con el termómetro instalado en julio. Y si no sucede este otoño, lo hará el que viene, porque la temperatura y las estaciones también ocupan su asiento en ese carrusel, repetitivo y de melodía tristona, en el que hemos convertido nuestras vidas. Me encanta otoñear, con sabanita y calcetines largos, largos, mientras disfruto de una castaña que no me quema entre las manos como si fuera fuego valyrio. Disfrutar con esa chaqueta o rebeca que te consuela cuando llega la noche y la temperatura desciende. Volver a la azotea a tender la ropa, porque ya en casa no se seca o requiere de demasiadas horas. Volver a pasear, sin temor a las insolaciones, las quemaduras en la nuca y los golpes de calor. Pasear por puro placer, que es posible, cuando otoño es otoño.

Empezamos a recordar las vacaciones de verano como algo lejano y rebuscamos en el calendario esos festivos que nos aliviarán de tanta rutina. El futuro es una cueva sin explorar, no sabemos lo que nos encontraremos en nuestro recorrido. Con toda seguridad, habrá luz tras la oscuridad, esa fe que nunca muera, y da igual en el sentido que lo apliquemos. Otoño tiene mucho de anticipo, de río a cruzar, y por eso otoñear es un verbo de conjugación incierta. De momento, no tendremos que cambiar la hora de nuestros relojes y eso nos emplaza con la luz, natural, sin tarifa, que es seguir manteniendo una cita con los días al sol. La sabiduría del camaleón, saber adaptarse al tiempo que te toca, y tratar de disfrutarlos de la mejor manera. Siempre es posible, más allá del libro de instrucciones. Tal vez por eso otoñear no sea un mal verbo, si se sabe conjugar.

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