Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Oro y plomo

Oro y plomo Oro y plomo

Oro y plomo

Existen, son, están a nuestro alrededor, con frecuencia somos nosotros mismos, nos transformamos o los cultivamos. Es una energía, extraña y mala, sequerona, pero energía. Un mal día lo tiene cualquiera, quién no tiene un muerto en el armario -y hasta un cementerio completo-. Nadie está libre -de pecado no, que es una cosa muy moralista-, así que vaya escondiendo esa piedra. Usted también, ventile el armario. La diferencia es que algunos lo somos, o creemos serlo, a tiempo parcial, y hay quien lo ejerce, sin aparente esfuerzo, las 24 horas del día, los 365 días del año, toda la vida, siempre. Todos los días, vaya triste insistencia. Y existen multitud de definiciones para definirlos, valga la redundancia, desde las jergas más campechanas y localistas a las formulaciones más o menos educadas y/o elaboradas. Deberían ser menos, pero no son pocos, incluso muchos, en algunos casos, demasiados los casos, cuando el gas, virus o lo que sea se expande. Y anda expandido y expansivo, vaya mezcla mala en este caso. Me refiero a ellos, también las hay ellas, claro, los cenizos, los pesados, los avinagrados, los malasangre, los plomos, los plomizos, los malaleches y cuantos sinónimos, aceptados o no por la RAE, quiere usted adjudicarles. Son muchos, en definitiva. Y los tenemos o nos los encontramos en la barra del bar, mientras vemos un partido de fútbol, en la mesa de al lado, compañía de mantel en una boda o comunión, ahora que es época; o en el trabajo, que puede llegar a ser una auténtica tortura por las interminables horas compartidas, en las redes sociales, sentenciando a cada instante, o en los medios de comunicación, aleccionándonos en todos y cada de los aspectos de nuestras existencias, como si nosotros estuviéramos en primero de infantil y ellos ya hubieran finalizado, con cum laude obviamente, varios doctorados en vida y todas sus circunstancias.

España tuvo una generación de intelectuales tan lúcidos como avinagrados, tan cultivados como cabreados, tan brillantes como irritantes, tan sabios como necios, y es que todo es posible de combinar. Paco Umbral y su ya mítico "yo he venido a hablar de mi libro", que aún llevando razón, ya podría haberse expresado de manera más suave. Cela y la palangana, en su esfuerzo por ser soez y escatológico a tiempo completo, Eduardo Haro Tecglen y sus malas pulgas permanentes o Fernando Fernán Gómez y su mayestático "váyase usted a la mierda", dando ejemplo de cómo un escritor debe tratar a sus lectores (modo ironía, claro está). Tampoco nos podemos olvidar del "cuándo te vas a callar" protagonizado por el Rey emérito a un Chávez martillo pilón. Salvo en el último ejemplo, más anecdótico que ilustrativo, hablamos de escritores muy brillantes, que marcaron tendencia, que construyeron un fabuloso y fastuoso universo narrativo, pero que acabaron siendo, y eso no contradice a lo anterior, unos auténticos cascarrabias. En cierto modo, cultivaron una especie de bipolaridad que transitaba entre el talento literario y la aspereza social, por definirlo de algún modo. Algodón y lija, piropo y gruñido, oro y plomo, o cuantas contradicciones usted imagine.

El plomizo intelectualoide actual no es tan bipolar como los anteriormente citados, ni remotamente. En primer lugar porque no es tan brillante como los ejemplos mencionados, con frecuencia no es ni medianamente brillante, y en segundo lugar, porque tampoco es tan notoriamente maleducado, sobre todo porque siempre hay algún gallinero en el que seguir conservando los huevos y las gallinas, vaya que la cosa se tuerza y haya que arrimarse a un nuevo corral. Aunque, eso sí, es mucho más radical en sus planteamientos, y todo aquel que no lea, vea, escuche o contemple lo que él recomienda está incurriendo en el mayor de los pecados posibles: no ser absoluta y rabiosamente moderno. Los vemos en las redes sociales o en sus troneras en los medios de comunicación, que utilizan a modo de púlpito, proyectando una intransigencia similar a la que supuestamente rechazan, y que han reconvertido, o deconstruido, en más de lo mismo, pero desde el otro lado del cristal. El oro acabó en una tienda de empeño y el plomo se esparció por la moqueta de un tuit interminable. 500 likes y así estamos, y así vamos.

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