Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Nostalgia

Y es bueno que sea así, que tengamos claro lo que fuimos, quiénes somos y de dónde venimos. Es la raíz de un árbol que sigue creciendo

Nostalgia Nostalgia

Nostalgia

La nostalgia, como un hecho ocasional, de tanto en tanto, es entendible, y hasta tiene su parte emotiva: recuperamos sensaciones del pasado. La nostalgia, como modo de vida, es un horror, o imagino que debe serlo. Pasarte los días, con todos sus minutos y segundos, pensando que lo pasado, lo ya vivido, es lo mejor que te ha sucedido en la vida y lo que queda por delante es… pues eso, ya veremos, pero seguro que ni la mitad de bueno de ese tiempo que vivimos, en el pasado. Tener plena conciencia de eso y levantarse todas las mañanas, tiene que ser duro, cuando no jodido. Muy difícil. Vivir en un sueño permanente, en la irrealidad, tampoco debe ser muy bueno, pero seguro que es mucho más sano, más satisfactorio, que estar instalado en la nostalgia. Nostalgia que contemplo en los lugares y momentos más imprevistos. Las redes sociales con sauna y spa de la nostalgia. De hecho, durante sus primeros años de vigencia, el gran éxito de Facebook residió en la nostalgia. En encontrarte con esos compañeros de instituto, facultad o colegio que no veías desde hacía la Selectividad, o curioseando en la vida de esa novia de la adolescencia. Y mirábamos esos hijos o esposas con un cierto resquemor, con una curiosidad entre atormentada e irónica. Nostalgia hasta en la fotografías de los perfiles, recuperando a ese que fuimos sin canas y sin arrugas, varias décadas atrás, tal vez coincidiendo con aquella época de nuestras vidas que calificamos, sin dudar, como la más feliz de nuestras vidas. Abundan los que sitúan ese punto de la felicidad en la época estudiantil, en los años de la universidad, que siguen ocupando buena parte de sus recuerdos y de sus conversaciones, cuando se encuentran con otros nostálgicos. Porque los nostálgicos profundos, como los osos, los hipopótamos, y dicen que los vampiros, se reconocen entre ellos, y se buscan. Porque la fuerza de las nostalgias genera más nostalgia.

A mí la nostalgia siempre me ha provocado un cierto rechazo, me ha transmitido mal rollo, de esto se acaba, y yo no quiero que se acabe. O más que esto se acaba, lo bueno ya pasó y yo creo que lo bueno, lo mejor, siempre nos va a pasar mañana. Como se suele decir, de lo pasado lo que más me interesa es el aprendizaje, la experiencia, pero siempre me interesará mucho más aprender y eso sólo me lo va a reportar el mañana, lo que vendrá. La nostalgia, con frecuencia, es una mochila demasiado pesada con la que no pienso a cargar, sobre todo porque me frena a la hora de seguir avanzando. Frena y cansa, mucho. Acudo a la nostalgia muy puntualmente, y siempre premeditadamente, nunca me quedo en sus brazos durante mucho tiempo, vaya que me adormezca y me quede atrapado en su falso calor. Aclamar el ayer, colocarlo en el podio de la competición que le disputamos a la vida, puede acabar siendo una especie de mantra nocivo, un sermón de reverendo fullero, el placebo que nada sana, una ceremonia de la pérdida. Y no confundir la nostalgia con la pérdida, que aunque son habitaciones del mismo caserío, no comparten ni escalera ni, sobre todo, puerta de salida.

Y, por supuesto, no entiendo la nostalgia como un sinónimo de la memoria o del recuerdo. Tan y tan diferentes. Memoria siempre, porque nos hace crecer, del mismo modo que lo hacen los errores, los fracasos, nuestros grandes patones. Recuerdos de los que ya no están, de esos momentos que nos han marcado, por muy diversos motivos, a modo de álbum fotográfico de nuestras vidas. Pero sin empeño de volver o de vivir constantemente en ellos. Me refiero a esa maleta que vamos engordando con el paso de los años, que siempre viaja con nosotros. Y es bueno que sea así, que tengamos claro lo que fuimos, quiénes somos y de dónde venimos. Es la raíz de un árbol que sigue creciendo, mientras que la nostalgia es renunciar a las hojas, a las flores, a los frutos y hasta al tronco, para volver a ser raíz. Nostalgia a cuentagotas, tal vez sea la medida justa. La suficiente cantidad, mínima, para no ahogarnos en el pasado. Que, para bien o para mal, no volverá.

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