Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Manchester frente al mal

Manchester frente al mal Manchester frente al mal

Manchester frente al mal

Una vez más el horror, la sin razón del terrorismo más cruel, pero también más cobarde, ostenta todo el protagonismo de la semana. Medalla de oro en la olimpiada del pánico. Las primarias del PSOE, los plasmas de Rajoy, los nuevos inquilinos de Soto del Real, los micrófonos de Ignacio González, la secesión, el traje arrugado de Trump, el súbeme la radio de Enrique Iglesias, las gansadas de Machito Motos o la más que merecida Liga del Real Madrid quedan en un segundo plano, eclipsadas por la barbarie. Las portadas de los periódicos, tenidas por el rojo de la sangre. Sangre de inocentes. Tal vez nos sea demasiado fácil reconstruir los últimos meses -y hasta puede que los años- de Salman Abedi, el terrorista suicida de 22 años que con tan probabilidad es el responsable del atentado de Manchester. La explicación de su transformación, de un chico de barrio que jugaba al cricket en la puerta de casa, todo un británico, seguidor del City, un estudiante más, en la bestia que es capaz de acabar a sangre fría con la vida de 23 personas, la mayoría muy jóvenes, demasiado jóvenes, nos sonará como un eco que nunca terminó de salir de nuestra cabeza. Ya lo hemos escuchado antes, ya nos lo han contado antes, y nos lo han contado varias veces, desgraciadamente. Y cada vez que nos lo han contado han sido asesinadas personas inocentes, indiscriminadamente, por ningún motivo. Tras el primer relato, el que nos llega tras el primer impacto, ese borrador incierto al que le faltan demasiadas comas y puntos, repleto de sombras y con muy pocas luces, poco a poco comienzan a llegarnos retazos de la verdadera identidad y personalidad del verdugo. Sus evidentes conexiones con el yihadismo más extremista, sus rezos públicos a pleno pulmón, esas compañías extrañas a las que los vecinos no le concedieron la menor importancia, su cambio de imagen, la transformación, de crisálida a monstruo alado, es el segundo capítulo de este relato de terror.

Chicas muy jóvenes, usuarias de Snapchat e Instagram, orejonas de perrito y lenguas fuera, la vida puede ser divertida. En ocasiones es divertida, y cuando se es muy joven esas ocasiones son más. Visten como ella e imitan sus posturas y movimientos de los videoclips. Habían ido a escuchar a Ariana Grande, estrella mundial del pop más comercial. Lo pasaron bien, cantaron y bailaron, en ese columpio que roza el cielo que es la adolescencia y primera juventud. Todavía sin miedo al vacío. Gente muy joven, sin filiaciones, con todo el futuro por delante, con sus madres y padres esperándolas a la salida del concierto. Allí es donde aguardaba Abedi para llegar al momento álgido de su tenebrosa metamorfosis. En menos de un segundo, nada, un golpe seco y sordo, fuego y sangre, restos calcinados, amputados, la oscuridad, el silencio, el olor del odio, la exaltación del monstruo. En menos de un segundo el futuro calcinado en un presente tan maldito como inesperado. Manchester frente al precipicio, Manchester frente al mal.

Manchester, fútbol y mestizaje, el City y el United, Guardiola y Mou, la tierra de Joy Division, Oasis, The Smith, Stone Roses o The Chemical Brother, entre otros muchos, qué barbaridad. El gran tema de Joy División, o ese tema que todos conocemos, decía en su estribillo algo parecido a el amor nos destrozará otra vez, y el Wonderwall de Oasis, ese gran himno de los 90, comenzaba con un hoy va a ser el día. No te vayas demasiado tiempo, dice Ariana Grande en uno de sus temas más conocidos. Ninguno de estos temas nos sirven, desgraciadamente, para explicar lo que sucedió el otro día en Manchester. Tampoco para explicar lo que seguirá sucediendo, porque seguirá sucediendo, tengamos muy claro que ya hay otros "soldados" del terror que sueñan con ser otro Abedi, con una historia similar a la suya, vidas paralelas. Luchar contra alguien o algo que está dispuesto inmolarse por no sé cuál recompensa divina es una tarea extremadamente complicada para todos aquellos que creemos en la razón, en la palabra, y reduce hasta límites insospechados nuestra capacidad de respuesta. Es una lucha desigual en una guerra en la que no queremos participar, una guerra entre verdugos y víctimas, entre locos que no representan a nadie y no creen en nada y personas que miramos hacia el mañana. Batalla para unos, horror para nosotros, el mal frente al bien.

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