Tribuna

Óscar eimil

Escritor y jurista

Indignidad, conflicto y deslealtad

El presidente Pedro Sánchez, para mantenerse en el poder, pretende apaciguar a la bestia a costa de la dignidad del Estado

Indignidad, conflicto y deslealtad Indignidad, conflicto y deslealtad

Indignidad, conflicto y deslealtad / rosell

El 1 de Octubre de 1938, en un día nublado, Neville Chamberlain, primer ministro británico, descendía en el aeropuerto de Lutton por las escalerillas del avión que lo traía de la Conferencia de Múnich. A pie de pista, declaraba, orgulloso, ante los medios: "Traigo de Alemania la paz para nuestro tiempo". Y supongo que ni él mismo creía lo que estaba diciendo. Acababa de sellar, nada menos, que un pacto con el diablo -Adolf Hitler- que aseguraba la no intervención británica en Centroeuropa cuando Alemania se anexionara Checoslovaquia. Eso sí, bajo la condición de que los nazis no se tragaran ningún otro país.

Los medios y la mayor parte de la población aplaudieron la intervención de su líder en Múnich que, a su juicio, iba a servir para calmar definitivamente a la bestia y, con ello, evitar una nueva guerra en Europa. Hubo, sin embargo, algún cascarrabias -fascista, sería mejor decir, en la terminología que se utiliza hoy en día para señalar a los que disienten-, que dijo en el Parlamento aquello de que "os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra y elegisteis el deshonor. Ahora tendréis el deshonor y la guerra." Fue, como es conocido, Winston Churchill, quien en los años siguientes lideraría a su país en una guerra devastadora contra Alemania.

Este episodio histórico no es más que una manifestación singular de una máxima que preside desde siempre el comportamiento humano: si caes en la indignidad para evitar un conflicto, al final tendrás la indignidad y el conflicto.

Tenemos en España dos ejemplos muy recientes de esta realidad en dos campos muy diversos, ambos de alcance y trascendencia para la vida de nuestro país. El primero -de menor cuantía- tiene que ver con la selección nacional de fútbol. Como ustedes sabrán, un presidente recién llegado decidió prescindir del líder del equipo dos días antes de empezar el Mundial. Ante esta circunstancia, los jugadores optaron por evitar el conflicto con la Federación y aceptaron -pudiendo evitarlo- una decisión que era un verdadero disparate. Como corolario, regresan a casa anticipadamente con el fracaso y el conflicto bien asentado en sus mochilas. La consecuencia: la decepción que hoy sienten millones de españoles a los que les costará recuperar en el futuro la ilusión por esta selección.

El segundo -de mayor cuantía- tiene que ver con el Gobierno de la nación. Pedro Sánchez, en una operación política muy bien diseñada por Iván Redondo, su nuevo jefe de Gabinete, puso un precio muy alto al apoyo del Partido Socialista a la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Tanto que esas condiciones convirtieron su desarrollo en una quimera. Eso sí, pro domo sua -esto es, en beneficio propio-, como el paso del tiempo ha venido a demostrar. Tras la crónica de ese fracaso anunciado, aprovechó la previsible pérdida de apoyos del Gobierno conservador para, en una operación que pasará a los anales de la historia de la deslealtad política, hacerse con las riendas del Estado. No digo con eso que la responsabilidad de lo que pasó sea suya. Más bien al contrario, la responsabilidad fue de aquellos que, teniendo en el Senado los apoyos suficientes para aplicar el 155 tal y como hubiera sido necesario -suspendiendo la autonomía catalana sine die-, nos dejaron, en aras de un falso consenso, a los pies de los caballos. Así, queriendo evitar el conflicto, se han encontrado, ya en la oposición, con la indignidad de la decisión tomada y también con el conflicto.

Exactamente lo mismo que, a lo que parece, va a suceder en el futuro. Pedro Sánchez, para mantenerse en el poder, pretende apaciguar a la bestia a costa de la dignidad del Estado. Así se llama recibir con honores en la Moncloa a quien, según él mismo dijo hace unos días, representa el supremacismo más condenable, entregar a los responsables del golpe a sus colegas independentistas para que puedan seguir conspirando, ofrecer la recuperación de un Estatuto inconstitucional, vaciar el Estado de competencias, promover una reforma constitucional que intente dar satisfacción a los golpistas e, incluso, negociar sobre cuál va a ser la intervención de la Fiscalía en su proceso penal. Lo que sea para destruir lo que va quedando de nuestro país, pero sin que en la tele se note demasiado.

Con ello, volveremos a vivir lo que tantas veces hemos vivido. Para evitar un conflicto, caeremos en la indignidad y, al final, tendremos que vivir con la indignidad y con el conflicto gracias, esta vez, a una gran deslealtad. La consecuencia: la desafección de millones de españoles que se sienten burlados por un sistema político que permite que el gran perdedor de las elecciones les gobierne con el apoyo de todos aquellos: populistas, independentistas, nacionalistas y filoterroristas cuyo principal objetivo es la destrucción del Estado.

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