Tribuna

Leandro del Moral Ituarte

Catedrático de Geografía de la Universidad de Sevilla

¿Hacen falta más infraestructuras?

La fragilidad de la economía española, su sensibilidad a los ciclos económicos o sus tasas de desempleo, no son consecuencia de un déficit de infraestructuras

¿Hacen falta más infraestructuras? ¿Hacen falta más infraestructuras?

¿Hacen falta más infraestructuras? / rosell

Es indudable que España, y dentro de ella Andalucía, no sería lo que es sin las infraestructuras en las que se basa su modelo de desarrollo territorial y que no ha parado de crecer a lo largo del último siglo. Nuestro país no se puede entender sin la red de autopistas y autovías más importante del mundo en términos de kilómetro por habitante o por kilómetros cuadrados de superficie: 15.048 kms., la tercera red más extensa tras las de China y EEUU. Significativamente, Alemania ocupa el quinto lugar con 12.917 kms. de autopistas, un 15% menos que España, con el doble de población y un tráfico interior y de tránsito internacional incomparablemente mayor. Tampoco se puede entender hoy España sin su red de alta velocidad, la mayor del mundo tras la de China, con 55 kms. por millón de habitantes en España frente a 8 kms. por millón en China. Japón y Francia ocupan el tercer y cuarto lugar, pero en este último país se contabilizan 61.400 pasajeros por km/año, mientras que en España solo se han alcanzado los 11.500 pasajeros por km., el 20% del pasaje de nuestro vecino. Algo semejante ocurre con otros sectores (puertos, aeropuertos) y desde luego con el sistema de infraestructuras hidráulicas.

Somos de largo el país europeo con más grandes presas, 1.225, y el séptimo a escala mundial, siempre detrás de países que nos superan ampliamente en población y extensión (China, India, EEUU, Canadá o Sudáfrica). En superficie de regadío, con 3.575.000 hectáreas, volvemos a estar a la cabeza en términos de superficie por habitante, indicador en el que solo nos superan Iraq y Uzbekistán.

Todos estos datos, procedentes de fuentes solventes y disponibles en línea sin la menor dificultad, son poco conocidos o, quizás habría que decir, están poco asimilados por la opinión pública. Se pueden desagregar y presentar de otras maneras (en términos inversión absoluta o relativa, rentabilidad, huella ecológica, etc.), pero el significado que pretendo transmitir aquí no se vería alterado sustancialmente: el problema de la fragilidad de la economía española, su elevada sensibilidad a los ciclos económicos o sus tasas de desempleo (también entre las más altas del mundo), no son consecuencia de un déficit de infraestructuras. Es cierto que hay carencias importantes, que requieren solución, como, situándonos en el sector del agua, la depuración de aguas residuales urbanas, o la modernización de las redes de abastecimiento, especialmente en pequeñas y medianas poblaciones. En ese mismo sentido, hay que recordar el descontrol de las aguas subterráneas, que ha conducido al colapso generalizado de fuentes y manantiales; o el estado maltrecho de la red fluvial, que requiere programas de restauración, con la vista puesta en la gestión de los riesgos de inundación con enfoques adaptativos, trabajando con la naturaleza y no contra ella. O como la contaminación procedente de fertilizantes y fitosanitarios de una agricultura cada vez más intensiva, especialmente grave si afecta a zonas de captación de aguas potables.

Ante el escenario de cambio climático, por fin aceptado por algunos de los negacionistas de hace pocos años, no toca reivindicar la estrategia de obras públicas que ha dominado durante mucho tiempo. Ahora hay que poner el énfasis en la recuperación de la calidad del agua y poner orden en la gestión de sus usos descontrolados, como mandan las leyes. Hay que materializar los conceptos de adaptación y resiliencia, antes de que su instrumentalización retórica los acabe de desgastar irremediablemente. Afortunadamente, se ven mensajes en este sentido en medidas que empiezan a aplicarse, como las guías sobre gestión de inundaciones, la cuantificación a la baja de los recursos hídricos disponibles (un cambio histórico que augura lo que va a pasar en otros sectores) o la cancelación de una serie de pantanos inviables que constaban en una lista heredada del pasado.

Esta reorientación no significa ni ruina ni miseria, sino afinar los análisis económicos y asumir con realismo la necesidad de encarar un cambio de orientación en la gestión y en la asignación de los recursos naturales, que no va a ser fácil. El debate, que va ser duro, sobre la ampliación del aeropuerto del Prat de Llobregat, situado en otro sector clave del modelo de desarrollo, es un aldabonazo en esta misma dirección.

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