Tribuna

Manuel Gracia Navarro

Consejero de Educación entre 1982 y 1986

Guerra escolar: hasta cuándo

Guerra escolar: hasta cuándo Guerra escolar: hasta cuándo

Guerra escolar: hasta cuándo / rosell

La polémica sobre el denominado pin parental ha puesto de manifiesto que el alcance ideológico del debate educativo en nuestro país es muy hondo. Para reflexionar puede resultar útil hacer un poco de memoria sobre lo que el debate educativo ha dado de sí en nuestra historia más reciente, entre finales del siglo XIX y gran parte del XX. Todo arranca de 1875, cuando el Decreto del Gobierno de Cánovas suspendió la libertad de cátedra porque atentaba contra los dogmas de fe: la Iglesia católica, que había detentado el monopolio de la educación hasta bien entrado el siglo XIX, ve amenazada esa situación con el ejercicio de la libertad de cátedra, y encuentra respaldo en el Gobierno conservador.

Consecuencia de aquel decreto fue la separación de la Universidad de Madrid de un grupo de catedráticos como Francisco Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate que, con el fin de poder ejercer su docencia libremente y sin ninguna subordinación ni al poder religioso ni al político, decidieron crear la Institución Libre de Enseñanza. De ella, y en torno a ella, surgieron un torrente de iniciativas modernizadoras de la educación en España que solamente se vieron truncadas por la victoria del franquismo en 1939: la Residencia de Estudiantes, la Junta para Ampliación de Estudios, el Museo Pedagógico Nacional o las Misiones Pedagógicas son algunos de los hitos de ese valiosísimo caudal de innovación educativa y cultural que bañó la seca tierra de nuestro país en esos cincuenta años. La república vino a significar un enorme esfuerzo de los poderes públicos por extender a toda la población una educación laica inspirada en los principios innovadores de la Institución Libre de Enseñanza, como el respeto a la libertad de conciencia o la preeminencia de la ciencia sobre las creencias, todo ello entre grandes debates y protestas de los partidos y los medios conservadores. Por el contrario, ni los mismos sectores vinculados a la Iglesia católica ni los medios conservadores vieron inconveniente ninguno, pocos años después, en el modelo de escuela nacional del franquismo, que, según les parecía, no adoctrinaba ni religiosa, ni moral, ni ideológicamente a sus alumnos y alumnas. Posteriormente, después de un siglo de confrontación de modelos educativos, recuperada la democracia, la Constitución del 78 es el único pacto escolar alcanzado en nuestro país, merced al juego de equilibrios y cesiones que encierra su artículo 27.

A partir de ahí, cada vez que se ha intentado avanzar en el desarrollo de nuestro sistema educativo en lo tocante al respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales que literalmente se recogen en el punto 2 del mencionado artículo, la impugnación global se vuelve a repetir; son siempre la Iglesia católica (bien directamente bien a través de las organizaciones sociales a ella vinculadas) y los medios conservadores los que promueven campañas frecuentemente muy virulentas contra dichos intentos. Pasó aquí en Andalucía con el denominado Libro verde del cole, en lo relativo a la educación sexual, pero sobre todo ocurrió con la implantación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, como pasa ahora con la impugnación de las actividades y talleres complementarios contenidos en el currículum de los centros, sean o no impartidos por el profesorado del mismo. Siempre que se intenta asegurar que en todos los centros sostenidos con fondos públicos se imparta un currículum congruente con los valores constitucionales, especialmente con el respeto a los derechos humanos, a la diversidad y a la igualdad de trato, y contrario, por lo tanto, a la xenofobia, al racismo, al machismo y a cualquier tipo de discriminación, aparecen quienes quieren llevar a los centros educativos el fantasma de la guerra escolar en nombre de la libertad de enseñanza. Se afirma que lo que se pretende adoctrinar a nuestra infancia y juventud.

Y aquí estamos, como en un túnel del tiempo del que deberíamos ser capaces de salir urgentemente para poder afrontar los problemas reales de nuestro sistema educativo. Va siendo hora ya de que la derecha en sus distintas formas y los sectores confesionales acepten de verdad el pacto constitucional con todas sus consecuencias, sin pretender romper sus delicados equilibrios de manera sesgada, y se avengan a construir entre todos un sistema educativo moderno y útil para la sociedad, en lugar de agitar espantajos que no responden a la preocupación de la inmensa mayoría, y que tan solo pretenden alimentar la desconfianza en la escuela pública. ¿Cuándo comprenderán que defender la educación en los valores constitucionales y en los derechos humanos en ningún caso puede ser calificado de adoctrinamiento, y sí por el contrario como la mejor garantía para la libertad, también la de enseñanza? ¿Cómo se puede considerar como una amenaza la defensa de la igualdad en todas sus formas, y especialmente entre mujeres y hombres, y no como un logro del conjunto de la sociedad en al avance hacia la equidad? ¿Por qué no pueden aceptar que el respeto a las ideas de los demás, a la diferencia, es la base sobre la cual podemos trabajar para alcanzar la firmeza de nuestras convicciones? ¿A quiénes interesa repetir una y otra vez este guión aburrido e inquietante que pretende hacer sonar de nuevo los tambores de la guerra escolar? Como dijo Cicerón: "¿Hasta cuándo?".

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