Franqueza Franqueza

Franqueza

Erradamente nos pasamos la vida esperando. Una espera incierta, que confunde el hastío de la existencia en una desangelada nota de imaginada nostalgia. La evanescente cotidianeidad, travestida de fulgurante sustancia, tapiza indiferente el persistente decorado. A veces, recuerdo los consejos silenciosos de mi abuelo Diego que, en peripatéticas lecciones desplegadas en un deambulante escenario, me enseñaba, aguardando mis infantiles pasos, puertas ocultas de una ciudad persistente. Mi ciudad, pueblo cerrado, que, bajo una aparente luz deslumbrante, escamotea recatadamente los verdaderos destellos impenetrables a ojos principiantes. Sombra tras la luz. Invisible estrategia deshojada en retazos de mendaz jacaranda. Muchas lágrimas contenidas, muchos siglos de erosión cansina, muchas sendas de asperezas. Enseñanzas universales.

La memoria prefiere, entre los lugares del pasado, aquellos que rescata dejando a la voluntad decidir. Volvemos a pasear por ellos, demarcados desde el alma, que abreva mansamente donde sortea los angulosos espacios. Mas, nos vemos obligados a contemplar recurrentemente las pendencias de siempre. Las que hemos visto tempranamente, con los ojos de la infancia, sin entenderlas. De nuevo, leemos, impotentes, el número creciente de víctimas palestinas e israelíes, y nos preguntamos si hay conflictos imposibles, si no hay soluciones para todo menos para una cosa, como nos contaron.

Empiezo a entender al maestro Leonard Cohen y preciso, tras tanto tiempo entrenándome y aunque sepa que es tarde, sentirme a mil besos de profundidad. Me resisto, por ello, a cerrar carpetas para siempre, que es una forma de entregar la cuchara. Pero, esos surcos que el reloj ha ido señalando en mí también me han adiestrado en errores que separan las promesas infinitas trocadas en indiferencias, abandonos e ingratitudes.

Tiempos de respuestas cómodas. De hueros discursos grandilocuentes dictados por autonombrados chamanes. Usurpadores del lugar preeminente desde el que nos lanzan, disfrazados de venerables maestros paganos, sus insufribles peroratas ofensivas para los restos de sentido común que aún sobreviven. Las escuálidas figuras que ya atravesaban el país, cualquier país, durante décadas, y que Franco Battiato retrató con destreza desde esa cátedra sobria, sin alharacas, desde la que, tímidamente, nos hablaba hasta ayer.

Ojalá el hidrogel también arrastrara a esos virus que amenazan almas. Ojalá que pudiéramos prodigar mañana nuestros abrazos universalmente, sabiendo que este mundo no es nuestro, que no podemos encerrar en un egoísta frasco las ingénitas verdades que legitiman la existencia. Igual no estaba tan confundido el capitán Ahab cuando, vestido de locura enloquecida, como él mismo retrató a su respetable figura, se empeñaba a perseguir a su Moby Dick. Quizás deberíamos acosar a nuestras obsesiones para arponearlas y derrotarlas, evitando congojas eternas. No es tanto seguir reverentemente las instrucciones políticamente encerradas en la corrección. La honradez no necesita reglas.

¿Quién nos dice que caminamos por el camino correcto? Pese a ello, no es poca cosa empezar a conocer todas las preguntas. Las respuestas son otra cosa. Recibimos muchas cosas de la vida, aunque no siempre nos acordamos de que son a préstamo. Salimos de los recuerdos lentamente, y, aunque los vayamos apagando, siempre nos queda en una esquina un rescoldo. Sin embargo, al final todo se apaga, y una lluvia indiferente termina por arrastrar los restos.

Pese a todo, las canciones de los días felices se resisten a abandonarnos. Porque, lejos de normas, de restricciones, de autocontroles, nos afanamos en perseguir quimeras que traspasen nuestras limitaciones, olvidando lo actual, las imperfecciones de un mundo cuya banda sonora percute, a veces, furiosamente contra nuestra indolencia. Y algunos -sin despreciar el legítimo anhelo de justicia para este mundo- bosquejan ensoñaciones oteando un horizonte imposible en un escenario impredecible. Me he acordado de esa propuesta que el irrepetible Chesterton nos hacía a principios del siglo XX y que, hoy, me parece perfectamente vigente: "chotéate del profeta".

Ya es complicado vivir sin más, sin hojas de ruta ni manuales que esclarezcan la senda. Aunque sea más fácil apuntarse a la conga de los que danzan dirigiéndose a ninguna parte, seguramente es preferible atreverse a pensar y a querer.

Me pido la mirada feroz e indulgente que Battiato nos dejaba en su testamento y el gusto por todo lo que la vida nos da, siempre desde la voluntad de crecer y entender.

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