Tribuna

Luis Humberto Clavería Gosálbez

Catedrático de Derecho Civil

Franco, la patria, la Iglesia y otras cosas

Franco, la patria, la Iglesia y otras cosas Franco, la patria, la Iglesia y otras cosas

Franco, la patria, la Iglesia y otras cosas / rosell

Frente a ciertos clérigos que, muy recientemente, con ocasión del traslado de los restos del general Franco, han invocado conjunta y devotamente el nombre de éste y el de Jesucristo, habría que hacer alguna que otra puntualización.

Corría el año 1974 y hablaba yo con una señora rica y conservadora, de misa más que dominical y de fidelidad al Caudillo de España. Se mostraba muy asustada ante los curas obreros de la época. Le dije que tenía que elegir o una cosa o la otra, nunca las dos a la vez: o elige vd. el catolicismo y en ese caso debe rechazar el régimen de Franco y, si estuviese en su mano, combatirlo o intentar transformarlo, o elige vd. dicho régimen, pero le advierto que entonces comete un grave pecado al violar un mandamiento de la Iglesia. La señora me desvió la conversación, interpretando yo que optó por el pecado, porque, como decía el texto evangélico, tenía muchos bienes…Y yo, aunque era un joven pedante, tenía razón, pues el capítulo 75 de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II era diáfano al respecto, no pudiendo olvidarse que los concilios contienen normas obligatorias para los miembros de la Iglesia, cosa que, por cierto, yo entonces no era. Y es que dicho Concilio, entonces tan invocado como poco conocido y ahora olvidado por obra de pontífices posteriores al añorado Giovanni Montini, introdujo algunas benéficas novedades, entre las que cabe mencionar la supresión de la supremacía del varón sobre la mujer (lean la encíclica Casti Connubii al respecto, promulgada en 1930, y luego reserven tiempo para recuperarse) y la defensa de las libertades públicas unida a la condena de los regímenes políticos dictatoriales: hasta entonces el magisterio eclesiástico casi no se había pronunciado claramente sobre esto último. Por eso, cuando sectores de la España republicana empiezan a detener y a asesinar curas y monjas y a quemar estúpidamente esculturas valiosas invocando el argumento de que representan personajes religiosos, la mayoría de los católicos, que no leían la Biblia ni por el forro, se agarran asustados a la Iglesia de Mastai Ferretti y de Achille Ratti, creyendo que ellos tienen la verdad sin necesitar buscarla, que el marxismo es el demonio y que la democracia es una peligrosa e ingenua tontería. Tras las elecciones de febrero de 1936, que convierten a gran parte de España en Chicago años 30, un piadoso general, devoto católico, decide defender a Dios y a la patria utilizando expeditivos procedimientos de los que se enorgullece interpretando ser la espada más limpia de Occidente y lamentando que, por amor de Dios, haya tenido que exterminar a muchos miles de personas. Su pulso no temblaría. Obispos y sacerdotes lo acogen generosa y agradecidamente con palios. Pero de pronto dos hombres extraños, Roncalli y Montini, hunden el escenario donde el actor Francisco Franco representa su obra, obra que, a diferencia de las de sus antiguos aliados, carecía de sostén ideológico, pues dicho sostén se lo había dado precisamente la Iglesia católica: en una curiosa conversación que Franco mantiene con José María Bueno Monreal que reprodujo la prensa al fallecer el primero o el segundo, dicho prelado, de grato recuerdo, explica al Caudillo el mensaje del Concilio, entonces recientemente finalizado. La consternación del general fue enorme. ¿Traición? ¿Tarancón al paredón? No, arrepentimiento, por parte de Roma, de lo que nunca debió haber sucedido antes, de lo que empezó en el siglo IV y se interrumpió felizmente en la segunda mitad del XX.

Todo esto me lleva a una percepción dolorosa: ¡Cuánto dolor provocado por creencias que "a posteriori" se diluyen! ¡Cuánta ilusión por un marxismo que podría seguir siéndonos parcialmente útil como método de análisis, pero cuya ejecución ha generado terror y miseria! ¡Qué fascinación producían en los años 60 personajes como Lenin o Mao! ¡o Hitler en los 40! ¡Qué siniestra estupidez fusilar gente por el paraíso comunista o por Dios y por España! Ya sabemos en qué consiste el mencionado paraíso, de Dios nada sabemos científicamente y España es un producto histórico, realmente una creación artificial, como lo son Francia o Italia… Por eso, cuando veo a esos pobres diablos quemando contenedores para liberar a Cataluña del yugo español, me embarga una sensación de tristeza y de vacío…Somos una especie ridícula. Y esos franquistas, conscientes defensores de sus intereses pero engañados por una inteligente Iglesia que, sobre todo desde 1563, había montado un tinglado que casi nada se parecía a su fuente originaria, fuente que, por cierto, deberíamos continuar investigando…

Soy ya viejo y cada vez padezco más dudas existenciales… O quizá disfruto de ellas o con ellas. Pero sí tengo claro que hay algunas causas por las que merece la pena sacrificarse: por ejemplo, un Estado, cuyo ámbito geográfico podríamos discutir, que garantice la libertad, la igualdad y la fraternidad. El nombre se lo pone vd., clemente lector, a mí me da igual.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios