Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Ficción

Los llamados confinamientos perimetrales, "hermosísima" expresión, que se une al ya amplio y horrendo vocabulario pandémico

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El otro día, cuando instauraron el llamado toque de queda, a mi mente regresaron esas imágenes de la Alemania en pleno Telón de Acero, con sus sirenas gritonas y exageradas y esos poderosos cañones que parecían querer iluminar la Luna que hemos contemplado en tantas películas. Pero no hubo nada de eso. Llegó el silencio, los vehículos dejaron de circular y se repitieron los comentarios, más o menos similares, en las redes sociales. La ficción, en este caso, es más espectacular, pero más temida, ya que puestos a elegir prefiero este toque de queda actual, tan comedido, tan soso, pero de apariencia inofensiva, incluso soporífera. Pero eso es solo la apariencia, porque detrás esconde una gran tragedia, el signo de un tiempo en el precipicio por culpa de un maldito virus que nos ataca y casi condena. Un virus que hurga en una de nuestras pecualiaridades más significativas como sociedad: el roce, el cariño, el contacto. Aquellos toques de queda que contemplamos en las películas siempre di por hecho que se quedarían ahí, en el recuerdo, en la ficción, pero este presente nuestro nos vuelve a recordar, y con toda su contundencia, que la realidad siempre supera a la ficción. Lo pudimos comprobar en ese 11 de septiembre de no hace tanto, cuando vimos aquella película que perfectamente podría haber interpretado el Bruce Willis más robusto y atlético, el de las 'junglas', en nuestras pantallas. Y las Torres Gemelas se deshicieron como dos milhojas de nata a media tarde. Nuestro 11 de marzo también superó a las ficciones que hasta entonces podríamos haber imaginado en nuestro país. No nos habríamos podido creer que a nosotros nos pudiera suceder lo que a los vecinos, por mucho que compartiéramos el mismo mundo y modos. Sucedió, y lo volvimos a repetir. La ficción una vez más relegada a una película de presupuesto justito y efectos especiales de andar por casa. Nada, o muy poco, en comparación con lo que la propia vida nos entregaba, de cuando en cuando, para nuestra desgracia.

Para alguien como yo, que se dedica a la ficción, que la ha convertido en algo parecido a su profesión -y eso que ficcionador no aparece en ningún apartado laboral-, la realidad es el huerto en el que recolectamos nuestros tomates, ajos, cebollas y pimientos con los que más tarde elaboramos el guiso. No siempre tenemos la receta que nos garantice el mejor sabor. A ratos soso, picante, demasiado hecho, indigesto, ácido o salado. Aunque a veces sabe bien, a veces, sí, es posible. Todo está ahí, o debería estar, además de en nuestra imaginación, que con tanta frecuencia da muestras de cansancio, anemia o sequía. Tampoco la imaginación cotiza a la alza cuando la realidad es como la actual, tan desbordante, tan insólita, tan inexplicable e imposible, con nuestros ojos de ayer mismo, cuando nos aferrábamos a nuestra vida, a nuestra rutina, a nuestras cuatro cosas. Como recolector de realidades, como observador tras la ventana, como espectador de los días, esto que estamos viviendo no me atrae como decorado, tampoco como trama o argumento, ni siquiera como personajes, que incorporar a una ficción propia. Hablamos de una realidad interpretada desde mi óptica, que no deja de ser la plataforma sobre la que se alza la ficción: la mirada personal del autor.

En los últimos días, el decorado de esta fea realidad ha crecido gracias a la incorporación de nuevas medidas, los llamados confinamientos perimetrales, "hermosísima" expresión, que se une al ya amplio y horrendo vocabulario pandémico. Pues tampoco me lo habría podido imaginar, qué escasa y flacucha imaginación la mía, no habría sido capaz de anticipar esta realidad que nos acoge. No sé si el mismísimo Julio Verne, que hasta adelantó el fax y no sé cuántas cosas más, habría sido capaz de vaticinar en la ficción esta realidad. Antes metaforeaba sobre la realidad como un huerto al que acudo para tomar los ingredientes que incorporo a mi narrativa, y es así, y lo seguiré haciendo, ya que buena parte de mis personajes los he encontrado en la cola de una pescadería o carnicería, o compartiendo el autobús. Lo tengo claro, como también tengo -claro, me repito-, que esta realidad, por mucho que supere a la ficción, por padecida, sufrida e indeseada, no son los ingredientes que suelo buscar en ese huerto que recorro todos los días.

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