Tribuna

javier gonzález-cotta

Escritor y periodista

España o el desamor

España o el desamor España o el desamor

España o el desamor / rosell

En India, a diferencia de España, el tamaño sí que importa. Y mucho. Entre aromas rituales del Ganges y el culto a las vacas, el orgullo patrio se mide allí por la altura que alcanzan sus colosales estatuas. Al parecer, en Guajarat (oeste de India), acaba de erigirse una estatua de 182 metros de altura. El tótem, alzado sobre un ribazo del Narmada, responde al héroe nacional Sardar Patel, artífice de la unidad india tras la descolonización del Imperio británico. Ni que decir tiene que el portento es hoy la estatua más alta del mundo.

Atentos siempre a las excentricidades del globo, uno creía que la estatuaria de estilo delirante se hallaba en Ashgabad, capital de Turkmenistán, cuarta mayor reserva del planeta en gas y petróleo. Abundan por allí las efigies con pan de oro del añorado presidente Sapurmurat Niyázov. Éste se alza, junto al actual premier turcomano (el tal Berdimuhamedov), en medio del derroche capitalino, que cuenta con el impresionante Palacio de la Felicidad y con el mayor número de edificios levantados en mármol en todo el mundo. El país de los turcomanos, antiguo ramal de la Ruta de la Seda, expresa a bombo y platillo el orgullo nacional y el culto debido al vate que hoy rige los sagrados designios del gas.

No imaginamos ni por asomo una estatuaria XXL en España. Pensemos, no sin esfuerzo, en un ciclópeo Cervantes erigido en Alcalá de Henares. O en un Cid Campeador que hermoseara los delicuescentes horizontes de Burgos, mientras el sol tardío provoca patrióticos destellos sobre los atributos de su caballo Babieca. ¿Y una inmensa estatua de la reina Isabel que serenera la mies por Tordesillas?

Decíamos que no podemos imaginar nada de esto. Los españoles, aun siendo propensos al horterismo (recuerden el fenómeno de las rotondas en pleno boom inmobiliario), no levantamos efigies ni monumentos dedicados al orgullo patrio. Viene todo esto a cuento de la muestra que Pew Research, centro de estudios de tipo Think Tank, ha publicado acerca del sentimiento de superioridad cultural en los países de Europa. Tenemos serios motivos para pensar que Erasmo de Rotterdam anda incómodo en su tumba.

En España es donde el aprecio por su civilización se halla a niveles más bajos (sólo un 20% de los españoles presume de acervo cultural respecto a Europa). Por el contrario, griegos (89%), georgianos (85%) y armenios (84%) son los pueblos que se muestran convencidos de que su legado es superior al resto. Admítase, lo primero, que georgianos y armenios forman parte del vecindario europeo, situados como están en la dentadura del Cáucaso, esa segunda antepuerta entre Europa y las vastedades de Asia.

Los georgianos pueden presumir de la histórica belleza de sus circasianas (famosas en el Imperio otomano). Y los armenios, según parece, no renuncian a la heredad de su ancestral y cristianísima nación, que vinculan al arca de Noé y al monte Ararat. Por su parte, incluso los griegos que votan a Amanecer Dorado se creen la viva encarnación de la era de Pericles. Se ve que el griego nace y enseguida se entrega a la paideia. A diferencia de España, la guerra civil que asoló Grecia de 1946 a 1950 no ha hecho mella en la defensa común del helenismo.

Según se deduce, el supremacismo cultural es más elevado en Europa oriental que en la Europa cuya semilla nos lleva a la majestad de Carlomagno. De entre los europeos occidentales, los más orgullosos de su cultura son los difusores del salmón gourmet: Noruega (58%). Extraña un tanto el dato, puesto que la vecina del norte, Suecia, está solo un puesto por delante de España en cuanto a desamor por su cultura (sólo un 26% de los suecos presume de tener una historia cultural superior).

La muestra de Pew Research tiene sus notables deficiencias. En primer lugar no hay que mezclar cultura con jerarquías o podios a base de oros, platas y bronces culturales (sin olvido de las medallas de chocolate). Tampoco se especifica a qué extensión llamamos cultura exactamente. ¿Cultura de bares por ejemplo? Si nos detenemos en Irlanda, no se sabe qué pulsa el orgullo irlandés: si el amor al gaélico autóctono o el éxito cultural del viaje low cost gracias al simpático dueño de Ryanair.

Deficiente e inexacta, el caso es que la muestra de Pew Research refleja que nunca le faltan motivos a los españoles para mostrar su desamor por sí mismos y por lo que su cultura ha hollado en el largo entretanto de los tiempos. De los misterios de Altamira al milagro del español hablado hoy por hoy por millones de personas, no tenemos motivos para celebrarnos en nada. ¿Qué fue de nuestro don Diego de Miranda, caballero del verde gabán? Ni espejo ni espantajo. Nada queda. Antes Sabina cantaba al triste torero en el telón de acero. Ahora cantamos al mohíno español entre griegos, armenios y georgianos. Sólo con los hijos de Ikea hacemos tristes migas.

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