Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Enero y los mantecados olvidados

Enero y los mantecados olvidados Enero y los mantecados olvidados

Enero y los mantecados olvidados

Agárrese fuerte, afile las uñas, saque fuerzas de flaqueza -aunque sea una frase que siempre he detestado-, aguante, unos metros más, sólo unos pocos días, que enero se acaba. Con su cuesta, con su mala baba, con su Blue Monday y sus monsergas varias, con sus rebajas nada rebajadas, con sus propósitos sin cumplir, con una legión de mantecados de limón y canela en la más absoluta orfandad. Que todavía nadie haya inventado un sistema con el que reciclar/rescatar todos esos mantecados olvidados y repudiados, relleno de variados varios, desamparados de nuestra gula, sigue siendo una incógnita que no me atrevo a resolver. Llegará agosto, con sus calores y sus ansias, y ahí seguirán los mantecados de canela y limón, abatidos y solos, y nosotros pendientes de su fecha de caducidad para eliminar el remordimiento de arrojarlos a la basura. Como bien sabe, puro mercado, los turrones, mazapanes y mantecados diversos, también los de canela y limón, y hasta los de chocolate y almendrados, caducan en noviembre, para dejar paso a esa nueva legión que también llegará a nuestras despensas, barrigas y vidas con una representación, por supuesto, de esos que habremos de enviar al olvido en los próximos meses. Sí, medianea enero, que para acabar aún le queda un trecho. Hermanado con septiembre, es un mes de meses, un mes incombustible, a ratos eterno, con frecuencia insufrible, anímicamente jodido, feo y lento. Muy lento. Como septiembre, puede que se trate de un mes del que esperamos mucho y si ese mucho no llega o tarda, nos fastidia, y nos toca en la paciencia, que es uno de los peores lugares en el que nos pueden tocar. Un impaciente carbura poco y se cabrea mucho, y lo afirma un impaciente por definición.

También puede ser, por buscarle alguna explicación (aunque hay cosas sin explicación), que necesitemos respuestas, resultados, hechos, desde el primer instante, en el primer mes. Que se ponga en pie toda la platea y nos aplauda, venga, todos, y que alguien grite bravo a pleno pulmón. Y que nos aclamen sólo por un par de acordes, que la canción ya llegará, cuando podamos, cuando toque, cuando sea, o eso creemos. A veces no llega la canción, la música deja de sonar y el baile concluye sin haberse iniciado. Pero que nadie abandone la pista, que nadie deje libre su asiento, que el show debe continuar. Ay, enero, que lento todo, que ritmo sin ritmo, y el pie pegado al acelerador. Y cuando nos queremos dar cuenta ya estamos otra vez en Navidad (otra expresión que detesto profundamente, porque, tal vez, sea cierta). Me quejé de septiembre, insufrible, y lo mismo me está sucediendo con enero. Pero no es con este enero, con sus tenistas negacionistas, sus granjas y macrogranjas, sus políticos con los rebaños y los nobles maridos cazados, me sucede con todos los eneros, creo recordar. Y me sucede con todos los septiembres. Seguramente, cuando pase, cuando acabe enero, que acaba con el recuerdo de un día feliz, con sabor a chocolate y galletas, gracias a mi pasado salesiano, tal vez lo eche de menos, o requiera de su lentitud en el futuro, cuando la vida, los días y sus agonías aprieten más de la cuenta.

Enero, tiempo de coleccionables y de cuentas bancarias asaltadas, tiempo fatídico para los que somos trabajadores autónomos, toca pagar y rellenar unos cuantos formularios. Tiempo de mirar hacia adelante con un cierto resquemor, como no queriéndonos creer la cosas, y esa no es una buena manera de mirar. Y más en este enero, que muchos hemos convertido en nuestro gran salvavidas, tras ese 2021 que no fue el año que quisimos. Como esa visita sorprendente e ingrata, como ese sábado aburrido con la apariencia y maneras de un triste lunes, como esa cerveza calentorra cuando más sed teníamos, así recordaré el pasado año. Por eso espero tanto del 22, del doble patito (no he podido evitarlo), a pesar de este enero que detesto por no sé cuál extraño mecanismo mental que soy incapaz de controlar, y apenas de explicar. Que a todos nos vaya muy bien en este año, lejos del bicho, incluso a esos mantecados olvidados que buscan una mandíbula adoptiva. Tal vez debería ser el primer propósito cumplido de este 2022, que no llegaron a agosto, tristes y solos.

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