Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

Entre Dios y la Madre Tierra

Me alegré pensando que por primera vez me topaba con un (presunto) hereje, yo que estudio y simpatizo con algunos de los que perdieron su vida en la hoguera inquisitorial

Entre Dios y la Madre Tierra Entre Dios y la Madre Tierra

Entre Dios y la Madre Tierra / rosell

A mediados de septiembre asistí a una misa por el alma de un pariente recién fallecido. No frecuento la iglesia más que en estas ocasiones, pero no soy ajeno por mi oficio a un rito sagrado de despedida tan importante en la cultura occidental como ése. Precisamente por eso, llegada la homilía, yo esperaba del sacerdote unas palabras de consuelo para los familiares, acompañadas de una reflexión sobre el sentido sobrenatural y cristiano de la muerte, no por muy sabidas menos necesarias. No hubo una cosa ni otra.

No habría estado de más recordar desde el altar que la muerte, minimizando su sentido trágico, es con el nacimiento la más natural de todas las cosas; que a pesar de la lógica y racional tentación de pensar que todo en la vida es nacer y morir, como muchos pensamos, existe para el hombre de fe la promesa y la esperanza de la Resurrección entre los justos; que la contemplación de Dios, es el premio que otorga la misericordia divina a una vida de fe y de obras buenas, etc.

Tampoco predicó el cura la palabra de Dios, una exégesis del evangelio o de la epístola del día, y para mi asombro y perplejidad ni siquiera el nombre de Dios, de Cristo o de los santos fue pronunciado en ningún momento por el oficiante. Confieso que dejé de creer hace años y, aunque fuera sólo como hipótesis, me pareció descubrir por el desarrollo de la homilía que el cura estaba predicando una nueva religión. Mi caso es irrelevante: soy un laico que ha perdido la fe. Lo relevante es que quien por su autoridad y carisma debería dar testimonio de ella no parecía darlo. Se preguntará entonces el lector acerca del contenido de la homilía.

La Madre Tierra, una divinidad nueva, la de una iglesia nueva para una Nueva Era, fue el único evangelio que se nos anunció, contra todo pronóstico, en aquella misa de difuntos. No olvidaré el entusiasmo y la pasión que aquel neófito ponía en cada palabra, cuya pretensión no era otra que adoctrinarnos sobre nuestra condición de hijos de la Madre Tierra, a quien debíamos veneración y respeto. Todo nacía de ella, a ella le debíamos todo. Mi reacción fue preguntarme en qué lugar situaba a Dios aquel hombre de Dios. En ningún lugar. Dios no era negado pero tampoco existía. De ser hijos de Dios habíamos pasado a ser "hijos de la Madre Tierra". ¿Qué camino seguir?, me pregunté. Si nuestra primera preocupación no es Dios, como escribe el cardenal africano R. Sarah, entonces todo lo demás falla. En la raíz de todas las crisis antropológicas, políticas, sociales, culturales y geopolíticas está el olvidar la primacía de Dios.

Enseguida deduje que aquella homilía no era un panfleto ecologista al uso, como pensaron y me manifestaron otros asistentes al acabar la misa. Se trataba de algo más serio. A la persona que se sentaba junto a mí le dije en tono de sorna que si estuviéramos en el siglo XVI aquel clérigo habría sido procesado y quemado por panteísmo. Y me alegré pensando que por primera vez me topaba con un (presunto) hereje, yo que estudio y simpatizo con algunos de los que perdieron su vida en la hoguera inquisitorial ¿Tanto ha cambiado la Iglesia Católica desde entonces, como para que aquel sacerdote hiciera una proclama panteísta desde un altar cristiano? Es una pregunta de historiador preocupado por el presente. A los pocos días de aquella misa supe que la fuente de la homilía era el Instrumentum Laboris del sínodo del Amazonas que ahora se celebra en Roma. Publicado el 17 de junio de 2019 en la web vaticana por su oficina de prensa, contiene a juicio del cardenal R. Burke y el obispo A. Schneider graves errores teológicos y herejías: las opiniones panteístas implícitas del documento relativizan la antropología cristiana al considerar al hombre un mero eslabón en la cadena ecológica de la naturaleza, negándole una dignidad única por encima de otras creaciones materiales, entendiendo el desarrollo económico como una agresión a la Madre Tierra y acusando al progreso tecnológico de estar ligado al pecado.

De momento, la Iglesia no ha modificado su Magisterio y sigue rechazando el panteísmo como una herejía incompatible con la fe católica, pero este Instrumentum no hace más que abundar en la idea de una Iglesia reducida a una ONG ecologista que compite con otras similares, como la ONU o el Dalai Lama; que no atiende a las cosas del espíritu y de la fe, que no rescata a los que la han perdido y que genera una confusión alarmante entre los cristianos, entre los cuales me incluyo, aunque no sea creyente.

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