Tribuna

José A. Sánchez Medina

Catedrático de Psicología en la Universidad Pablo de Olavide

¿Debe formar la universidad a profesionales?

Pretender que la universidad siga el vertiginoso ritmo del mercado laboral no sólo es un error, sino que es un imposible. Es más, no es deseable

¿Debe formar la universidad a profesionales? ¿Debe formar la universidad a profesionales?

¿Debe formar la universidad a profesionales?

En estos días miles de estudiantes de bachillerato se enfrentan a las pruebas de acceso a la universidad. De modo paralelo, en la prensa se publican artículos que hacen referencia a las notas de corte les van a permitir acceder a los diferentes estudios. Es precisamente en estas fechas, cuando renacen viejos debates sobre la universidad. Uno los mas recurrentes es si la universidad debe formar profesionales. De hecho, de modo reiterado, las organizaciones empresariales reclaman que las universidades adapten sus planes de estudio a los requerimientos del mercado laboral. Mi opinión es que, al hacer esto, los empresarios cometen un error. Mantengo que la universidad no tiene como función principal formar a profesionales. Lo que es algo muy diferente a decir que la universidad puede vivir de espaldas a las evoluciones del mercado laboral.

Los ciclos formativos en la universidad son amplios. Diseñar un plan de estudio de un grado de 4 años, someterlo a la evaluación de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), implantarlo, y finalmente evaluar los resultados obtenidos no puede llevar menos de 8 o 10 años. En un escenario tan cambiante como el mercado laboral, en el que las profesiones más demandadas, y por tanto las que registran mayor nivel de empleo, cambian de un año para otro, pretender que la universidad siga ese vertiginoso ritmo no solo es un error, sino que es un imposible. Es más, diré que no es deseable. Dicho de otro modo, las universidades no pueden diseñar hoy unos planes de estudio que acabarán implantándose y obteniendo resultados en seis u ocho años -esto si excluimos los imprescindibles procesos evaluación de los resultados obtenidos- para preparar a profesionales para unos trabajos que hoy ni siquiera existen. Es más, preparar para trabajos que en muchos casos ni siquiera hoy podemos imaginar. ¿Alguien podría anticipar hace cinco años que el big-data, el block-chain, la edición genética o la abogacía digital, por citar algunos, se iban a convertir en los principales yacimientos de empleo?

No defiendo que la universidad deba permanecer ajena a las demandas del mercado laboral. De hecho, las propias organizaciones empresariales, cuando analizan las necesidades laborales de las empresas, ponen el énfasis en lo que se ha venido en llamar softcompetencies. Es decir, en una serie de habilidades que, combinadas adecuadamente con sólidos conocimientos disciplinares, van a permitir a nuestros estudiantes universitarios operar en ese mercado laboral cambiante, y por tanto incierto. Estas soft competencies hacen referencia a habilidades transversales como la capacidad de liderazgo, la capacidad para trabajar en equipo, la capacidad de aprender a aprender, la habilidad para lidiar con la frustración y demorar las recompensas, etc. De hecho, lo que debe demandarse a la universidad actual es que su estrategia formativa incluya una adecuada combinación de profundos y fundados conocimientos disciplinares con este tipo de habilidades. Al hacer esto, es cuando realmente las universidades están preparando a sus estudiantes para poderse manejar en el nuevo escenario en que se desarrolla el mercado laboral.

Pero más allá de esto, existe un amplio campo de colaboración entre universidad y tejido productivo. Las universidades cuentan con excelentes profesores, formados y mantenidos con dinero público, que dominan los últimos avances científicos y tecnológicos en los más diversos ámbitos de conocimiento. Este conocimiento puntero puede y debe ser puesto a disposición del tejido productivo del entorno en el que está implantada la universidad. Esta es una estrategia de desarrollo y colaboración en la que las universidades deben redoblar sus esfuerzos. A su vez, el mundo empresarial haría bien en buscar en las universidades a los socios preferentes para formar a sus trabajadores. De este modo, refuerzan sus recursos humanos, añaden valor a su actividad económica, y como consecuencia de ello, sin duda, experimentarán una mejora de su competitividad.

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