Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Alimentos, un bien común

Alimentos, un bien común Alimentos, un bien común

Alimentos, un bien común

Lo recuerdo perfectamente. Hace años, años -acababan de estrenar el Two much de Fernando Trueba-, en uno de esos programas denominados "rosas", algunos de los tertulianos se mostraron extrañados por lo que contemplaban en el reportaje: Antonio Banderas, y su reciente pareja, Melanie Griffith, acompañados de la madre de esta, Tippi Hedren, abandonaban un restaurante con unos paquetitos en las manos, en los que portaban los restos de comida que les habían sobrado. En ese tiempo, esa imagen llamaba la atención en España, pero es que de alguna manera la sigue llamando, sobre todo al relacionarla con personas que consideramos con una holgada situación económica. Hace sólo unos días, fuimos a cenar a un italiano y cuando ya pagamos la cuenta, una amiga me sorprendió cogiendo la media botella que había sobrado. Sí, me sorprendió, y eso que no tardé ni dos segundos en comprender que se trata de lo lógico, ya que es algo que has pagado y, por tanto, es tuyo. En realidad, y hablo en primera persona, ya que me considero un ejemplo a no imitar, tenemos una extraña relación con la hostelería, como de vergüenza o algo así. Lo reconozco: me da un cierto apuro mirar la cuenta, y hay que hacerlo, porque se pueden haber confundido, tanto a favor como en contra, y porque te pueden adjudicar la de otra mesa o yo qué sé. No pasa nada. No eres ni más avaro ni más tocapelotas ni más desprendido por hacerlo o no hacerlo. Porque al mecánico que nos arregla el coche, o al fontanero o al notario o en la pescadería la pides, la factura, y no pasa nada. Pero yo no quería hoy escribir sobre esos apuros míos, que también puede que sean suyos, sino de la Ley recientemente aprobada sobre el desperdicio, o mejor, sobre el adecuado aprovechamiento de los alimentos, en todas sus fases. Una norma necesaria si tenemos en cuenta que en tres de cada cuatro casas, en España, se tira comida, mucha, hablamos de más de 30 kilos por persona al año. Haga la cuenta de su familia.

Y es cierto que tras este desperdicio alimentario se esconde un perjuicio medioambiental, que eso ya nadie puede discutir, porque la mayoría de esos alimentos proceden de la ingestión de otros alimentos, que de una manera u otra inciden, en mayor o menor medida, en la emisión de muy diferentes gases y demás efectos negativos. Y también es cierto que todos esos alimentos que acaban en la basura podrían tener una segunda vida, en forma de zumos, mermeladas, preparados, piensos y demás productos, evitando buena parte de lo que relatábamos anteriormente. Como también es cierto, y esa es la verdad más terrible, que el desperdicio alimentario esconde una evidente y tangible insolidaridad, ya que hay millones de personas que no pueden acceder a esos alimentos que nosotros tiramos a la basura con tanta facilidad. Del mismo modo que se habla de la redistribución de la riqueza, en ese concepto que debería ser abstracto, el de riqueza, y que hemos reducido a dinero, también deberían estar incluidos los alimentos, así como las fuentes energéticas -que a este paso van a convertirse en bien de lujo-, las nuevas tecnologías o la cultura. Tampoco me olvido de las vacunas contra el covid, que hay quien promueve una tercera, cuando hay países del mundo en el que el porcentaje de población vacunada es bajísimo.

Y para acabar retrocedo al principio. A que me tengo que acostumbrar a mirar la cuenta de lo que como y bebo, como también me tengo que acostumbrar a pedir mi túper con lo que ha sobrado, si es que sucede (que no es lo frecuente, también es cierto). Pero, sobre todo, me tengo que acostumbrar, y todos deberíamos hacerlo, a entender y reconocer los alimentos como bienes escasos, que debemos administrar y consumir con cabeza, con criterio, evitando que muchos de ellos acaben en la basura. Por nuestro bolsillo, por nuestro planeta y, sobre todo, por todas esas personas que apenar pueden disfrutar de una alimentación saludable, cada día. Una cuestión de eficiencia, también de economía y de humanidad, sobre todo. Un bien que debería ser común.

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