Alienígenas Alienígenas

Alienígenas / rosell

Todas las televisiones están imposibles. No se trata de una insolación propia del verano ni de que presentadores y corresponsales se encuentren de descanso estival y el trabajo lo hagan los becarios: la cosa viene de meses atrás, y los espacios de noticias no hay quien los soporte. Todos iguales y el mismo esquema diario.

Primero nos anuncian, como notición de alcance, que en Santiago está lloviendo; después de pasar tres veranos enteros en Compostela puedo asegurarles que allí está lloviendo siempre. También cuando llegan los monzones, que llegan todos los años, dedican nuestros televisores su buen cuarto de hora a mostrarnos las inundaciones de China y de la India. Dadas tan sorprendentes informaciones climatológicas viene el turno de los incendios, los crímenes de género y los accidentes de tráfico; lo cual suele provocar, porque el mundo está lleno de locos y delincuentes, un "efecto llamada", un incremento notable de bosques ardiendo, mujeres asesinadas o violadas y coches destrozados en la autopista por exceso de velocidad. Por fin, con suerte, algunos minutos de información política segada y a las burlas canónicas contra Donald Trump. Pero seré justo: los telediarios de La 1 tienen además el aliciente de sus fervorines progres, tan parecidos a los fervorines de la radio y la televisión franquista de los años 50 del pasado siglo; tuve un amigo de universidad que escuchaba Radio Nacional de rodillas y con los brazos en cruz. Ya lo digo: igualito; sólo que entonces era nacionalcatolicismo y ahora es propaganda de la corrección política.

Mas en nuestras cadenas televisivas hay algo más, esta vez con pretensiones científicas y culturales: las noticias que con frecuencia nos anuncian el inminente descubrimiento de vida en algún planeta más allá del sistema solar. Veo a nuestros reporteros como obsesionados no ya por la posibilidad de algún gusarapo vivo en algún sitio de la Vía Láctea, sino con encontrar seres inteligentes.

Desterrados los dioses preceptores, los genios tutelares y los lares del hogar, lo que algunos cristianos llaman ángeles de la guarda, sólo nos queda poner nuestra esperanza en los alienígenas. Algunos de esos "expertos", que tanto nombran las televisiones aunque sin dar nunca sus nombres, sostienen que tales extraterrestres, de cuya existencia no cabe dudar por más que no exista el menor indicio de ello, nos están observando desde el espacio para ayudarnos: cuando llegue el día de la catástrofe final se harán presentes con sus "naves nodrizas" y no salvarán a todos. A mí esta teología alienígena me recuerda un tanto a la teología de Pablo de Tarso en alguna de sus cartas: aunque sin su Trascendencia, sin su belleza, sin su profunda racionalidad y sin sus 2000 años de existencia que dan para muchos "encuentro en la tercera fase". Hay en la Universidad de Sevilla un grupo de alumnos católicos que han propuesto un nuevo vocablo para el diccionario de la RAE: "causadeidad", es decir, casualidad sin causa aparente.

De modo que nuestras televisiones ni han leído las cartas de Saulo, ni creen en "causadeidades" y siguen a la espera del alienígena. Recogen con amor cuantas noticias científicas hablan del descubrimiento de cuerpos celestes parecidos a la Tierra, y se callan cuando esos mismos científicos añaden que el planeta descubierto tiene una temperatura de 2000 grados a la sombra: uno debe enterarse del detalle por la prensa escrita. Hace poco, los astrónomos descubrieron un planeta similar a la tierra que podría contener agua. ¡Albricias! gritaron los televisores; pero ni una palabra al aclarar los científicos que allí era imposible la vida.

Cuando el primer astronauta ruso regreso a la Tierra le faltó tiempo para decir que no había encontrado a Dios ni ángeles volanderos. Una tontería, aunque disculpable, porque Rusia era entonces la Unión Soviética y el astronauta no podía saber nada sobre sentimientos religiosos y la historia del cristianismo; desconocía que para los cristianos el cielo no es un lugar y a Dios no se le encuentra en el espacio carente de vida, sino dentro de nosotros mismos y los demás, "tanteando a la Divinidad, buscándola hasta tropezar con ella y encontrarla".

En fin, cuestión de preferencias. Algunas personas se interesan por la historia de las religiones, los estudios sobre experiencias religiosas o la práctica de alguna fe; otras, por el contrario, prefieren creerse lo que cuenta la televisión. Por cierto, el astronauta ruso tampoco vio ningún alien.

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