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Ábalos y las banderas de Sánchez
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El Ejército de Estados Unidos mató la madrugada del pasado viernes a una de las principales figuras del régimen iraní, el poderoso general Qasem Soleimani, a través de un ataque lanzado con un avión no tripulado que disparó varios misiles al lugar donde se encontraba, cerca del aeropuerto de Bagdad. La acción militar, confirmada después por el Pentágono, fue decidida por el presidente Donald Trump y supone un paso muy importante en la escalada de tensión que Estados Unidos mantiene con Irán. El ataque el pasado 27 de diciembre a un ciudadano estadounidense, que falleció en Bagdad, la posterior respuesta de Washington (25 muertos en bombardeos en la frontera entre Iraq y Siria) y las protestas ante la Embajada norteamericana fueron el prólogo de este nuevo incidente de enorme gravedad por la importancia de Soleimani en el Gobierno de Teherán y su influencia en la estrategia iraní en la zona. Estados Unidos ha justificado su muerte en que este comandante de la fuerza de élite de la Guardia Revolucionaria iraní estaba realizando planes para atacar a sus diplomáticos en la región y le acusa de ser el culpable de la muerte de cientos de ciudadanos norteamericanos y de otros países aliados. De hecho, la Administración Trump considera a Al Quds (nombre de la fuerza que dirigía Soleimani) como un grupo terrorista. Tras la muerte del general iraní se reprodujeron los incidentes en Bagdad y otras ciudades en lo que es un aumento de la escalada de tensión de imprevisibles consecuencias. Estados Unidos ha anunciado el envío de más soldados a la zona y ha pedido a sus ciudadanos que abandonen Iraq. La perspectiva de un aumento de la escalada bélica en Oriente Medio ha disparado el precio del crudo -de momento, un 3% más caro-, y despierta el fantasma de una nueva guerra en una región muy castigada desde finales de los años 80 del pasado siglo. Fue también en un mes de enero, en 1991, cuando una fuerza multinacional liderada por los Estados Unidos lanzó su ataque contra el presidente iraquí Sadam Husein. Las consecuencias de las diferentes guerras en el Golfo ya las conocemos, muy especialmente en España, un país aliado de Estados Unidos, que cuenta con varias bases de uso conjunto en nuestro territorio. Nadie duda de las implicaciones que Irán tiene en la desestabilización de la región y sus conexiones con grupos terroristas, pero convendría que la comunidad internacional hiciese una llamada a enfriar el conflicto en lugar de espolearlo. El equilibrio es difícil, pero la experiencia de varias décadas dice que las guerras no han servido para nada. A los hechos nos remitimos.
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