El genocidio de las iglesias de Oriente

Europa y Occidente no pueden permitir que continúe este genocidio de los cristianos orientales. Urge que se tomen decisiones

Los atentados yihadistas contra dos iglesias coptas de Egipto, con al menos 45 muertos y que se hicieron coincidir con una de las celebraciones más queridas por el cristianismo, el Domingo de Ramos, nos vuelven a poner frente a un problema del que, quizás, no se está hablando todo lo necesario pese a su gravedad: el genocidio que están sufriendo distintas comunidades cristianas -algunas de ellas, las más antiguas de la historia- de Siria, Iraq o el propio Egipto. Estas matanzas, realizadas por creyentes musulmanes fanatizados, tienen el claro objetivo de matar físicamente a un grupo de población y, además, acabar con formas culturales antiquísimas y con un fuerte arraigo en las zonas orientales del planeta. Con mucha frecuencia se nos transmite la opinión de que países como los señalados son un monocultivo religioso en el que el Islam tiene la exclusiva. Muy lejos de la realidad. Pese a que son minorías, las distintas iglesias orientales representan a sectores muy importantes de la población, tanto en cantidad como en calidad, y la verdadera esencia de naciones como Iraq, Siria o Egipto no se podría comprender sin su presencia, sin sus viejos cultos y sus dinámicas profesiones (medicina, joyería, comercio...). El islamismo radical, claramente, quiere acabar con esta riqueza cultural, religiosa y, en definitiva, antropológica.

Europa y Occidente en general no deben seguir permitiendo la matanza de cristianos en Oriente. Urge que se tomen decisiones. No sólo porque, le guste o no a algunos, representan en muchos casos nuestras raíces religiosas como civilización, sino también porque es un claro genocidio. En estos días, en Andalucía, observamos cómo (independientemente de que nos reivindiquemos una sociedad aconfesional en la que todos los credos o formas de ateísmo y escepticismo tienen cabida) la religión cristiana forma parte de nuestros comportamientos culturales más profundos, especialmente, la Semana Santa. Los asesinados el pasado Domingo de Ramos -al igual que los que murieron en los atentados yihadistas contra los cristianos coptos en Egipto la pasada Navidad- eran personas como las que vemos ahora por las calles de nuestras ciudades. No resulta muy difícil identificarse con estos cristianos coptos que encontraron la muerte de una forma cruel y salvaje simplemente por estar practicando un rito tan cercano y entrañable para nosotros.

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