Las Fuerzas Armadas son un elemento clave de la respuesta de la sociedad ante cualquier emergencia y la ciudadanía las reconoce como un mecanismo esencial para asegurar el funcionamiento de los servicios básicos. Se ha demostrado sobradamente durante los dos años de pandemia, con la entrada de los militares en las residencias de ancianos en los momentos más negros de la primera ola o, estos días, con el refuerzo de la campaña de vacunación. Pero también lo demostraron este verano en incendios atroces, como el de Sierra Bermeja en Málaga, o durante la tormenta Filomena. Y así en todas las situaciones comprometidas que ha atravesado el país -que no han sido pocas- a lo largo de los últimos años. Más allá de la defensa operativa del territorio, que es su función básica y esencial, y de la participación bajo el paraguas de la ONU o de la OTAN en las misiones internacionales más comprometidas, desde Mali hasta Letonia, el Ejército es hoy el principal garante de que el Estado puede responder con eficacia, profesionalidad y disciplina a imprevistos capaces de alterar el normal funcionamiento de la sociedad. El Rey lo destacó ayer en su discurso de la Pascua Militar y conviene subrayarlo por la importancia que han adquirido este tipo de operativos. Pero es necesario señalar también que para cumplir todas sus misiones, tanto las operativas puramente militares como las de respuesta ante contingencias civiles, los militares no pueden ser los eternos marginados de los Presupuestos y que la dotación de medios suficientes es una necesidad básica del Estado. Afortunadamente, quedan ya muy atrás los tiempos en que un Ejército intervencionista en política y poco profesional era visto por un sector importante de la sociedad como una amenaza para la estabilidad democrática. Hoy nadie puede dudar que la transformación de las Fuerzas Armadas es uno de los mayores éxitos de la democracia española y el papel que juegan en la sociedad debe quedar reconocido y consolidado.