El clan de los Pujol, símbolo de una decepción

Guste o no, la caída en desgracia de Jordi Pujol es un golpe más a la credibilidad del sistema y un nuevo paso hacia la desafección

Paralelamente a los continuos casos de corrupción del PP con los que desayunamos todos los días, los ciudadanos también asistimos entre estupefactos e incrédulos a los avances de la investigación sobre la trama corrupta del clan de los Pujol, que pone en la picota de la opinión pública al que fuese durante décadas el ejemplo de un nacionalismo catalán democrático y posibilista, heredero de la Lliga Regionalista de Francesc Cambó, aliado de Madrid a la hora de construir un Estado autonómico que pusiese fin para siempre a la violencia política y territorial que caracterizó los siglos XIX y XX. Los últimos tiempos han demostrado nítidamente que la corrupción en España no es algo exclusivo de los dos grandes partidos sistémicos, PP y PSOE, y que los nacionalismos periféricos -que siempre han presumido de un plus de honradez frente al corrupto Madrid- también tienen su buena ración de comportamientos deshonestos. De hecho, no han sido pocas las voces que han asegurado que una de las posibles causas del procés ha sido la huida hacia adelante de la extinta Convergència Democrática -metamorfoseada en Partit Demòcrata Catalá (PDdCAT)- para no tenerse que enfrentar a la lenta pero poderosa maquinaria judicial del Estado español.

Sea como fuere, y a la espera de que la Justicia dicte sentencia, la juez que investiga los extraños y millonarios fondos que la familia Pujol tenía ocultos en Andorra avala que tanto el patriarca de la misma, Jordi Pujol, como su mujer, Marta Ferrusola, tuvieron una gran responsabilidad en el manejo de este dinero. Es decir, que no se le puede echar la culpa de todo al que parece que fue el principal gestor del patrimonio: el primogénito Jordi Pujol Ferrusola.

Como reacción al procés, son muchas las voces que no esconden su alegría por ver al padre del nacionalismo catalán contemporáneo envuelto en un feo asunto de corrupción. Sin embargo, en el momento que analizamos la cuestión con frialdad nos damos cuenta de que la caída en desgracia de Jordi Pujol es un golpe más, otro más, a la credibilidad del sistema político nacido con la Constitución de 1978. Jordi Pujol fue presidente de la Generalitat durante 23 años, de 1980 a 2003, y guste o no la construcción de la España democrática no se puede comprender sin su intervención, decisiva en muchos casos. Su implicación en una trama corrupta sólo puede traer decepción y desafección hacia el régimen que, pese a todo, ha posibilitado uno de los periodos más largos de paz y prosperidad del país.

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