El sistema laboral español encierra una absurda contradicción: trabajamos muchas horas, pero rendimos poco. De hecho, según algunos estudios, el 55% del tiempo que los españoles dedicamos al trabajo es improductivo. Pese a la creencia generalizada, las excesivamente largas jornadas laborales no son características de países desarrollados, sino todo lo contrario. Por ejemplo, México tiene una media de horas de trabajo que excede las 2.100 anuales, y sin embargo, su productividad por hora es de 10,75 euros, una de las más bajas de la OCDE. Sin embargo, un empleado alemán trabaja unas 1.500 horas al año, pero su productividad es de 36,68 euros. Hablando claro: no es tanto una cuestión de cantidad como sí de calidad.

En general, en España sigue primando eso que se ha denominado el presentismo, es decir, estar muchas horas físicamente en el puesto de trabajo, pero con una productividad relativamente baja. Como se ha advertido muchas veces, perdemos mucho el tiempo en nuestro puesto de trabajo, una actitud que hunde sus raíces en una cultura laboral propia de unos tiempos en los que los medios de producción sólo se encontraban en los centros de trabajo, algo que ha cambiado drásticamente con la irrupción de las nuevas tecnologías. Hoy en día, para mandar o estar pendiente de un correo electrónico no hace falta estar en la oficina. La consecuencia de este presentismo ha sido, además de la baja productividad, la falta de conciliación familiar. Gran parte de los profesionales de hoy en día limitan sus contactos en profundidad con hijos y cónyuges al fin de semana.

Por eso, debe considerarse como una buena noticia el anuncio del Gobierno de llegar a un gran pacto con empresarios y sindicatos para que la jornada laboral termine a las seis de la tarde. No se trata de acortar las ocho horas, sino de distribuirlas mejor para aumentar su productividad y aprovechar la luz solar con el consiguiente ahorro energético. Medidas como acortar el tiempo del almuerzo, fomentar el teletrabajo o crear una "bolsa de horas" que el trabajador se gestionaría según sus necesidades y las de la empresa incidirían, sin duda, en una mejora de la calidad de vida de los empleados y, por tanto, de su satisfacción, de su productividad y de su vida familiar. Hoy en día es absurdo mantener una jornada que condena a las personas a renunciar de lunes a viernes a todo aquello que no sea el trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que esto no aumenta, ni mucho menos, la productividad. En cuestiones de trabajo, es mejor la calidad que la cantidad.

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