La recogida de avales de Susana Díaz y Pedro Sánchez para presentarse como candidatos a las primarias del PSOE ha puesto en evidencia el peligro real de que se consuma una doble fractura en el interior del hasta ahora partido mayoritario de la izquierda española: la territorial y la ideológica (aunque más que las ideas lo que se discute son los liderazgos). Contra los pronósticos iniciales (en el mundo político de hoy hacer cualquier tipo de previsión es suicida), Susana Díaz, que confiaba en abrumar a su oponente con una auténtica avalancha de avales, apenas ha conseguido 6.000 más que éste. Además, un análisis detenido de estos apoyos explícitos demuestran que existe una auténtica línea que divide a lo socialistas meridionales de los norteños. Así las cosas, nadie se atreve a señalar a un claro ganador para las primarias del próximo día 21.

Sin embargo, el gran problema del PSOE no será ya que gane uno u otro de los candidatos, sino la alta probabilidad de una escisión que podría suponer el final de la hegemonía en la izquierda de este partido sistémico y socialdemócrata, pilar fundamental de la democracia tal como la entendemos hoy en España. Estamos, pues, ante un problema que supera lo partidario para amenazar a la estabilidad de todo el sistema. No hace falta recodar que será Podemos -un partido con posturas nítidamente antisistema- quien heredará el trono de la izquierda si el PSOE pierde fuerza. El derrumbe de los socialistas pondría en graves aprietos al régimen nacido con la Constitución de 1978, con el que España ha alcanzado altas cotas de libertad y prosperidad.

Tanto Díaz como Sánchez deben ser muy conscientes del peligro de ruptura que se cierne sobre el PSOE -no sería el primer partido socialista europeo condenado a la insignificancia- y poner de su parte para minimizarlo. Es mucho lo que se juega el conjunto del país.