La gravísima crisis que desde la semana pasada desangra al PP necesita medidas urgentes y extraordinarias, capaces de devolver un mínimo de sosiego a la formación política. Recomponer ante la opinión pública la imagen de un partido dinamitado por pugnas internas de poder no es a estas alturas un empeño fácil. Ganar tiempo resulta estéril. Y ésa es la opción por la que ha apostado Pablo Casado, al convocar para el próximo lunes a la Junta Directiva Nacional tras la infructuosa reunión de su Comité de Dirección. Cualquier solución que sólo sea un parche se antoja inútil. También ceder sin más a las exigencias de las bases más populistas que ya han dictado sentencia contra el hasta hoy líder popular. Las acusaciones que se han formulado en estos días tienen mucho más que ver con un pulso personalista que con una confrontación ideológica o de modelo de partido. Ni siquiera un congreso asegura el pase de página o la reconducción hacia la unidad, que en un goteo constante reclaman en las últimas horas los denominados barones territoriales. Por eso, el PP debe plantearse paso a paso cómo puede resolver este enfrentamiento sin precedentes. Quién o quiénes son los dirigentes más capacitados para reconducir momentáneamente la situación. Pero también, cómo se despejan las dudas que quedan encima de la mesa. España requiere un partido fuerte en la oposición, con alternativa y suficiente madurez para no dejarse seducir por extremismos. La negociación en Castilla León y la posible entrada de Vox -el más beneficiado por el colapso actual del PP- en su Gobierno están sobre la mesa. Pero también afecta al futuro del Ejecutivo de coalición en Andalucía y la necesaria estabilidad para concluir la legislatura. Y, por supuesto, a las expectativas electorales del PP, cuyo hundimiento ya detectan las encuestas.