Obstinación o responsabilidad, el dilema catalán

Poco a poco, aunque algo tarde, va calando en muchos sectores del catalanismo que se ha llegado demasiado lejos

Apocos días de que el Senado apruebe la aplicación del artículo 155 de la Constitución española, lo que supondrá la intervención de la Generalitat de Cataluña y el tutelaje del Parlament por parte del Gobierno central, arrecian las presiones de todo tipo sobre el presidente del Govern, Carles Puigdemont, que sigue empecinado en llevar a su autonomía a un desastre que ya ha empezado a materializarse en forma de crisis económica y severa fractura social, por no hablar del caos institucional y el limbo legal en el que se encuentra Cataluña. En estos momentos, nadie, excepto los independentistas más cerriles y radicalizados, apoya la independencia catalana. Europa y todos los países con cierto peso en el mundo -incluso Rusia ha hecho declaraciones apoyando la unidad de España, aunque poco creíbles- le han dado la espalda de una manera ostensible a las pretensiones del nacionalismo catalán. Por su parte, en el interior de la sociedad catalana -actualmente dividida de una manera muy preocupante- también se escuchan voces importantes -muchas de ellas de rancia tradición catalanista y de mucho peso mediático- que le piden a Puigdemont que pare la deriva independentista y evite el sonrojo de contemplar cómo el Estado se ve en la obligación de intervenir la Generalitat para garantizar la legalidad y evitar el desastre. El retroceso del autogobierno catalán será enorme y los únicos responsables -más allá de los interesados argumentos del nacionalismo- serán aquellos que no supieron gobernar su comunidad con el más elemental sentido de la lealtad a las leyes que lo legitimaban y sustentaban. A estas voces catalanas que presionan a Puigdemont para que deponga su actitud se sumó ayer la del ex president José Montilla.

Poco a poco, aunque tarde, va calando en muchos sectores del catalanismo que se ha llegado demasiado lejos y que la fuga masiva de las empresas que se ha observado hasta el momento no ha sido más que un aperitivo de lo que puede venir. Caixabank, hasta ahora un símbolo del poder financiero catalán, aseguró ayer que su traslado a Valencia no es temporal y la Seat ha advertido de su posible salida de Cataluña si se degrada más el marco legal. Pese a todo, en el dilema catalán, Carles Puigdemont sigue prefiriendo la obstinación y la épica más pueril a la responsabilidad que debe tener cualquier dirigente político civilizado.

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