Gibraltar, un anacronismo eterno

Los dos grandes quebraderos de cabeza de la política exterior española, el estatus colonial de Gibraltar y las siempre complicadas relaciones con Marruecos, tienen una incidencia directa sobre Andalucía, que se convierte así en un punto caliente en el que confluyen las principales tensiones de nuestra diplomacia. Pacificado, en principio, el frente marroquí tras el sorprendente giro de Pedro Sánchez con respecto a la situación del Sahara, durante este mes de agosto ha vuelto a ser la colonia británica el foco de incidentes que se repiten con demasiada frecuencia. España ha elevado una protesta formal a la Embajada del Reino Unido en Madrid por tres actuaciones “graves e injustificables” de buques británicos en zonas bajo soberanía española. Por su parte, Londres anunció el martes una queja ante el Ministerio de Asuntos Exteriores por la presencia de una unidad de la Armada española en las aguas que rodean al Peñón. Sin entrar a analizar cada uno de los hechos y la pertinencia de las acciones diplomáticas, sí conviene subrayar que el Brexit y la falta de un acuerdo definitivo que regule las relaciones de Gibraltar y la Unión Europea ha deteriorado, como era más que previsible, una situación que nunca ha sido fácil y cuyas mayores víctimas son los españoles que residen y trabajan en el Campo de Gibraltar. Una de las tareas urgentes que deberá afrontar el Gobierno una vez que se resuelva el trámite de la investidura será reanudar las negociaciones con Londres tendentes a que haya un acuerdo que, una vez consumado el abandono británico, regule las relaciones de la colonia con Bruselas, las responsabilidades que asume España en esa frontera exterior de la UE y una eventual desaparición de la Verja. Resulte lo que resulte de esta negociación, debajo de este conflicto subyace un anacronismo histórico que incomprensiblemente se mantiene a estas alturas del siglo XXI, pero que afecta a un concepto plenamente vigente como es el de la soberanía nacional.