AVE: cinco lustros de desarrollo y progreso

La apuesta de empezar la mayor red de alta velocidad de Europa por el sur es un acierto que ha beneficiado a Andalucía

Muchas veces, Felipe González, presidente del Gobierno hace un cuarto de siglo, ha explicado por qué apostó entonces por que la primera línea de Alta Velocidad Española (AVE) uniese Madrid con Andalucía: "No lo hice por ser sevillano. Pensaba en el Mezzogiorno italiano y sabía que si el AVE no empezaba por abajo no vendría nunca". Y es que si hay algo que ha quedado palmariamente demostrado tras veinticinco años de vida es que el AVE trajo al sur desarrollo y progreso. Y se mantiene cinco lustros después, día tras día. La elección fue objeto de no pocas críticas que sostenían que el tren veloz no llevaba a ninguna parte, pensando con la mentalidad que ha primado el desarrollo del norte español durante decenios, bajo el pretexto de comunicarnos a alta velocidad por tierra con el resto de Europa, salvando a nuestro vecino Portugal. Pronto, muchas capitales españolas pidieron estar conectados también por este modo modernizador de transporte, como estaban Sevilla y Córdoba. Y pese a la tradicional polarización nacional, el AVE llegó primero a Zaragoza, Málaga o Valladolid que a Barcelona, que organizó unos Juegos Olímpicos también en 1992. Después llegó a Valencia, Zamora, León, o Cuenca. Eso sí, ciudades andaluzas que esperaban la alta velocidad en aquel Quinto Centenario, como Huelva o Cádiz, aún esperan veinticinco años después. Como también Granada y Almería viven hoy una sangrante situación de escasez inversora que deja la llegada del AVE invisible en el horizonte cercano. Al hacer balance de los primeros cinco lustros de alta velocidad, de la que España es hoy potencia mundial -su res es la segunda más extensa del mundo sólo superada por China-, sólo podemos considerar un acierto aquella apuesta, que acercó Andalucía al centro neurálgico de los negocios y la política española, con un innegable beneficio social y económico para nuestra comunidad, sus habitantes, sus empresas. Y, probablemente González tenía razón: sin empezar por el sur no habría sucedido.

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