Nos aplicamos con mucho esmero en labores encaminadas a no decepcionar. Nos come la obsesión del deber cumplido con la madre, con el padre, con la abuela, con la amiga. Plantearse la duda infinita del qué dirán en el antes y el después puede conducir a un estado de alerta constante en el que se disfruta poco y se piensa demasiado. Como si la opinión del de enfrente se alzara por encima de la de una misma. Ocupar parte del espacio en blanco de la página tres de este periódico me despierta esa obsesión.
Apenas recuerdo las lecciones impartidas en la facultad sobre la opinión como género periodístico. Apenas recuerdo las lecciones impartidas en la facultad. Todo lo que presupongo saber sobre la profesión lo guardo en un lugar de mi cabeza en el que mi padre está comprando dos y tres periódicos distintos un domingo y a mí me despierta la voz lejana de una periodista que sale de una radio a pilas de mi madre.
Lo más fresco de todos estos recuerdos me viene con un viento de siete veranos donde todo consistía en el respaldo de diez personas como yo aspirando a escribir cualquier cosa que reforzara nuestra idílica idea de que el periodismo es una profesión distinta. Supongo que en esos días la obsesión del deber cumplido, o por cumplir, se nos pasaba más rápido de lo que podíamos asimilar mientras buscábamos en los alrededores de la redacción el bar con la cerveza más barata.
Entiendo que a medida que maduran las experiencias también lo hace nuestra percepción del mundo. Pero la búsqueda de las buenas reacciones se mantiene siempre intacta, con leves variaciones marcadas por la responsabilidad asumida, la regalada y la ganada. No sé si esto es una responsabilidad, ni tampoco entiendo cuál es la forma exacta en la que se me ha presentado. Sí tengo claro que esto será un futuro recuerdo en un imaginario donde las palabras continuarán a la cabeza de todo lo demás y donde habrá, porque tiene que haberlos, periodistas buscando la cerveza más barata.
Y sí, posiblemente continúe buscando la aceptación de la madre, del padre, de la abuela, de la amiga, de quien no conozco. Seguirá la obsesión despierta de quien busca refuerzo más allá de la frontera que limita la conquista. Junto a ello, que no deje de soplar el viento, que no paren de venderse periódicos ni de escucharse la radio. Que se cubran todos los espacios en blanco.
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